Difícil comentar esta película.
Salí del cine pensando para mí: “qué huevos le ha echado Amenábar… atreverse a
hacer algo así en los tiempos que corren”. Luego me encontré con un amigo
cinéfilo que me decía “una película muy oportuna y necesaria… muy educativa; la
gente tiene que saber que cuando la política busca la desunión y el enfrentamiento
las cosas suelen acabar mal”. Lo cierto es que cuando acabó la película, el
cine (lleno hasta la bandera, pese a ser domingo noche) se quedó en un silencio
tremendo, pesado, de esos que expresan agobio y desazón. Supongo que todos quedamos un poco así, en
shock.
Formalmente la película es buena.
Digno producto creativo de ese gran director que es Amenábar. Baste recordar “Mar
adentro” o “Los otros” o “Ágora”. Y seguramente otras que yo no he visto. Pero
suele tener esa impronta: temas complejos (sea la eutanasia, la presencia de
otros seres, o cuestiones de fuerte debate político); un excelente factura
formal y artística (ritmo, colores, imágenes, guión); y personajes muy bien
seleccionados y con actores excelentes que los representan. Las tres
características se dan en este film de una manera magnífica. El tema te atrapa
(de hecho lleva 80 años atrapándonos); los aspectos formales del film están muy
logrados (los escenarios muy bien reproducidos con la vestimenta, el tráfico,
las calles, la universidad); la imagen tiene una hechura soberbia (Alex Catalán
logra colores y dimensiones de objetos espectaculares; unos primeros planos de
los personajes que te golpean y te permiten entrar en sus vivencias más
profundas; vista en pantalla grande hay momentos realmente espectaculares).
Pero quizás, lo más destacable de la película son los personajes: Unamuno está
fantástico (fuera él así en la realidad, que lo dudo, o no lo fuera; lo que
resulta destacable es la forma fiel y creíble en que Karra Elejalde represente
el Unamuno reflexivo, duro y decidido que Amanabar quiere reflejar en
pantalla); Franco, insuperable (es tal como lo tenemos construido en nuestro
imaginario: hombre callado, reconcentrado, inseguro socialmente, que calla y
busca sus objetivos por vías tortuosas, taimado en sus decisiones de prolongar
la guerra y darle un sentido de conquista cultural y religiosa), Millán Astray,
lo mismo (violento y primario, listo en lo suyo y capaz de manipular a su
entorno). Y así, otros muchos personajes muy bien perfilados en el film.
El contenido de la película
tiene, en este caso de forma evidente, ganas de generar controversia. Amenábar
hace una reflexión interesante sobre ese inicio complejo de la guerra civil
española. En tiempos como los actuales propensos a la simplificación, no es
escaso mérito plantear la idea de que fue un momento bien complejo y con muchas
aristas. Desde ese punto de partida, me parece un acierto extraordinario
centrar el argumento en el personaje de un filósofo, alguien capaz de
reflexionar, de salirse de las turbulencias y presiones del entorno para poder
hacerse una idea más elaborada de lo que está sucediendo. Y en ese sentido, los
vaivenes intelectuales y vitales de Unamuno representan muy bien esa
complejidad del mundo al que los individuos tienen que responder y adaptarse. Es
un mundo, o un momento, lleno de contradicciones, de matices, de tensiones
entre polos opuestos, de dilemas vitales y actitudinales frente a cuestiones
antes claras (el valor de la amistad, de la vida, de la fe, del conocimiento).
Para gente menor puede valer la dicotomía simple de buenos y malos; del bien y
el mal; de vida o muerte; de decir o callar. Para un filósofo eso no vale
porque su mirada es múltiple y sus vivencias complejas. Cada nuevo dato o
certeza trastoca el equilibrio inestable anterior y te obliga a cambiar la
perspectiva. Unamuno parece a veces una veleta mutable, alguien poco
consistente en sus ideas, pero no es él (quizás también es él) quien cambia
sino el mundo que él vive tan intensamente (“no soy yo quien ha abandona a la
República, es la república la que me ha abandonado a mí”). Y la constatación de
los purgados y desaparecidos del nuevo régimen también le obliga a cambiar, a
inquietarse, a confesarse equivocado.
Pensar qué habríamos hecho cada
uno de nosotros en aquella situación de contradicciones tan profundas resulta
un ejercicio inquietante. Aunque quizás tampoco tengamos que volver tan atrás
para vernos en situaciones así. Muchas cosas de la actualidad son parecidas a
aquellas, afortunadamente no en el dramatismo y la represión, pero sí en la significación
que se da a los hechos. Situaciones de una enorme complejidad tienden a ser
leídas de forma simplista (la tensión entre lo público y lo privado; los
problemas de la inmigración; las cuestiones de género; los nacionalismos; la
memoria histórica; la ecología…). Se imponen esquemas de pensamiento único (y,
por ello, de pensamiento simple). Se ha perdido el derecho a los matices, al
pensamiento dilemático, a la necesidad de ver pros y contras en las diversas
posiciones.
En definitiva, me ha parecido una
estupenda película. Yo también era de los que al saber de ella me planteé con
cierto cansancio aquello de “vaya, otra película de la guerra civil”. Y supuse,
desde luego, que sería otro relato interesado desde una posición de condena
absoluta del golpe de Estado. Hasta me dolió que la historia se centrara en
Unamuno como arquetipo de personaje voluble y errático. La impresión ha ido
cambiando a medida que he ido sabiendo más cosas. Y ahora que ya la he visto, he de confesar
que estoy encantado. Que te hace
reflexionar y entender justamente eso: lo complicado que es sobrevivir en un
contexto tan complejo y agresivo como el que se vivía en España. Y, aunque
nadie te vaya a desaparecer o asesinar aquí y ahora, lo complejo que es
sobrevivir en un mundo donde se imponen ideas simplistas, la vida en blanco y
negro, anatematizando los grises.
No hay comentarios:
Publicar un comentario