Tratando de organizar mis archivos del ordenador (¡qué pesada tarea! ¡Cómo
envidio a los que tienen su mesa de trabajo limpia como una patena y con uno o
dos folios sobre los que trabajan sin tenerse que mover como yo en una jungla
de papeles que voy cambiando de lugar para hacerme un hueco!) me encontré con
algunas cosas que guardaba para comentarlas en el blog pero que se perdieron en
el caos digital que es mi ordenador (un contrasentido eso de llamar ordenador a
algo tan desordenado). Pero bueno, como en los baúles de nuestra infancia, a
veces uno encuentra cosas interesantes.
Yo me encontré este
texto de Rosa Montero aparecido en El País del 3 de Marzo de 2015. Fuimos
compañeros en la carrera de Psicología allá en los primeros setenta, pero más
allá de esa coincidencia, me encanta las columnas que escribe. Derrochan
sensibilidad en un lenguaje claro y seductor. Ella comenzaba su columna
diciendo que hay diversas maneras de ser eterno. La primera, dice, es el deseo permanente de aprender,
y cuenta una anécdota de Séneca empeñado en aprender a tocar en la flauta una
compleja melodía musical la noche previa a que lo ejecutaran sus verdugos. Otra
forma de ser eterno es abrazarse. Y Rosa
Montero decía lo siguiente:
Y dos. Estudios científicos mundiales
parecen demostrar que los humanos necesitamos un mínimo de cuatro abrazos al
día para sobrevivir. Algunos sostienen que lo óptimo sería ocho o más, pero, en
cualquier caso, sin esos cuatro abrazos al día la cosa no funciona: nos
crispamos, nos deprimimos. Aunque no hace falta que los abrazos tengan
connotaciones sexuales, se me ocurre que si le añadimos un espolvoreo de
seducción se potencia el efecto (el sexo es en sí mismo terapéutico: lo
explicaron la semana pasada en Madrid en la I Jornada de Sexualidad para
Personas Discapacitadas). De modo que sí, desde luego: ese breve pero
definitivo viaje al pecho del otro, ese cobijarse en su tibieza y hundir la
nariz en un cuello fragante, es otra maravillosa, momentánea posibilidad de ser
eterno. Quizá esta columna les parezca algo extravagante: los primeros calores
siempre tienen en mí raros efectos. Pero aun así les recomiendo que sigan mi
consejo: abrácense todo lo que puedan.
Cuatro abrazos al día, sería una
dosis magnífica. Un subidón de energía. Claro que tienen que ser abrazos como
los que Rosa Montero describe no esa cosa frígida e indefinida que te ofrecen
algunas personas que parecen temerosas de contagiarse de algún virus del que
fueras portador. Los curas de la vieja moral decían que debías bailar dejando
espacio suficiente como para que pasara un perro entre uno y otra. Una cosa
frustrante y sin gracia. Como cuando te dan la mano y no sabes si es la de
verdad o una que llevan postiza para saludar. No se siente la vida, es un
apéndice sin vida ni expresión. Los abrazos tienen que ser abrazos como Dios
manda. Que sientas el cuerpo y el alma
de la persona a la que abrazas.
La verdad es que esto
de los abrazos constituye todo un estilo de vida. Dice Kulraj que “abrazar es
una extensión de una necesidad humana fundamental: el tacto”. Que nos lo digan
a quienes trabajamos en Educación Infantil. Es como una carta de presentación
de la persona que tienes delante o junto a ti. Con lo bonitos que son y lo que
los disfrutas esos abrazos de koala de los nietos cuando son pequeños. Pero
luego, la sinceridad y el goce se van perdiendo, tanto para dar como para
recibir. Y eso que, volviendo a Kulraj, no parece que el hacerse mayores
signifique que la necesidad del tacto disminuya en absoluto. Pero la verdad es
que hay gente especialmente renuente al contacto físico. Claro que también hay “tocones”
que te hacen dudar del valor terapéutico del contacto físico. En cualquier
caso, hay abrazos para todos los gustos desde los abrazos protectores (abrazo
por la espalda) a los de complicidad (abrazo por los hombros), de los de
camaradería (palmaditas en la espalda) a los de amistad (frote de espalda), de
los románticos (abrazo de baile lento) a los más sensuales (abrazos de baile
rápido).
Curiosamente algunos
(yo mismo) prefieren darlos que recibirlos y eso tiene que significar algo. De
hecho, alguna vez me ha coincidido pasar por lugares donde se ofrecían esos “abrazos
gratuitos” tan de moda estos años, pero nunca fui capaz de acercarme. Quizás es
que uno debe sentir esa puntita de deseo de contacto que desaparece cuando te
ves forzado a ello. Y, desde luego, me horrorizan los abrazos fríos,
protocolarios (abrazos triángulo los
ha denominado alguien por la postura que la pareja adopta).
En fin, que resulta
muy apetecible eso de los 4 abrazos diarios. Y si alguno de ellos es de esos
que mezcla proximidad con afecto (que es el coktail adecuado), la cosa puede
resultar de lo más apetecible.
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