CELIA CUMPLE 60 AÑOS
Por alguna razón, nuestra generación ha marcado la fecha del 60 aniversario de cada uno con un color especial, quizás como una de esas líneas rojas a las que tanta mención se hace últimamente en política y que nadie quiere traspasar (aunque el rojo no me parece el color más indicado en esta ocasión, un color vino sería más adecuado). Así, al cumplir los sesenta años es como si cruzaras una frontera especial más allá de la cual habita lo desconocido; como si a partir de ese momento uno empezara a vivir de la reserva y a sentir la resaca de los muchos años y la mucha viva vivida. Claro que eso es lo que sucede en general, pero no siempre. También hay sesentaniversarios de trámite, que son sesenta porque así lo dice el calendario, pero podría ser 57 o 54 sin que nadie tuviera nada de qué extrañarse. Y ese es, exactamente, el caso de Celia, que ha llegado a los sesenta solo por cumplir el trámite, por no dejar que los demás nos fuéramos alejando en exceso de su edad.
Pero más allá de los dígitos numéricos, los sesenta es una época de nostalgias. De volver los ojos atrás para apuntalar con recuerdos las grietas y desajustes que el tiempo va causando en nuestra existencia. Decía un gran pedagogo canadiense que hay una nostalgia buena y otra mala. La mala es esa que se nutre del “antes todo era mejor que ahora”. Teníamos más fuerza, más salud, mejor tipo, mejores sensaciones (aquello de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”) y que nos lleva, injustamente, al desencanto y la confusión. La nostalgia buena no pretende negar lo evidente (que hace unos años éramos más jóvenes, más guapos, más fuertes, más activos), pero lo hace sin sufrimiento y reconociendo que la vida se recorre perdiendo y ganando cosas. Probablemente ya no tenemos las cosas y cualidades que teníamos entonces, pero tenemos otras que entonces no teníamos. Y seguimos vivos. Y juntos.
Pasaban el otro día en la tele la historia de un tipo que, cuando tenía 15 años, creo, se montó un documental sobre sí mismo contando sus sueños y proyectos vitales para el futuro. Y, a la vez, dejaba preparadas las preguntas que le gustaría hacerse 45 o 50 años después, cuando hubiera cumplido los sesenta, para analizar hasta qué punto se habían cumplido sus sueños juveniles. La cuestión es que el mencionado chaval ya ha cumplido los 60 años y ahora ha querido contrastar los sueños e inquietudes que él mismo tenía a los 15 años con su vida actual y, a la vez, responder a las preguntas que en aquel momento dejó grabadas. Es un juego arriesgado pero estupendo. Quizás todos hubiéramos debido hacernos ese selfie autobiográfico comparando nuestros afanes juveniles y nuestros proyectos vitales con la realidad actual. Pero como estamos en el cumple de Celia es a ella a quien cabe referirse. Yo no conocí aquella Celia jovencita que paseaba su tipazo y sus sueños por la Facultad de Económicas, la Celia que escuchaba a los Beatles, que bailaba la yenka y el twist, que desafiaba al mundo con sus minifaldas y pantalones campana, que soñaba con el amor libre y protestaba por la guerra de Vietnam. No la vi, pero es fácil imaginársela. Aquella Celia seguro que estaba llena de proyectos y de imágenes más o menos nítidas de lo que querría ser 40 años después. Luego sus proyectos vitales se cruzaron con otros proyectos, apareció Juan Manuel, y luego Alberto y la familia y Duró Felguera y, claro, la panda de amigos. Y, al final, aquí estamos, con 60 años como sesenta soles (los de ella, nosotros no, que ya sumamos algunos más) y abriendo una nueva etapa de la vida mirando siempre hacia delante, aunque sin dejar de volver el rabillo del ojo hacia atrás.
Pero lo bonito de los 60 años es que resulta una fecha bastante anodina para todos salvo para uno mismo y los amigos. La familia y los hijos no suelen darle importancia, quizás porque para ellos no es algo que produzca cambios relevantes. Quizás nos miran con un poco más de condescendencia y compasión (“pobres, deben pensar hijos y parientes, se van haciendo mayores”). Quienes ponen la alegría a los 60 somos, sobre todo, los amigos y amigas. Los amigos somos esas personas ajenas pero próximas; que no piden nada, pero están dispuestas a dar lo que haga falta (cierto que, a veces, es al revés, sale alguno que pide mucho sin estar dispuesto a dar nada, pero ese no es nuestro caso); los que a veces desaparecen durante un tiempo, pero luego reaparecen como si el tiempo de ausencia no contara. Los amigos y amigas son muy distintos a ti, pero te conocen y te tienen calado. Al final, sobre todo si se trata de amigos antiguos, están ahí marcando el territorio de la pertenencia mutua y del apoyo. Como decía Kahlil Gibran. “los amigos son el campo en que se siembra con amor y se cosecha con agradecimiento. Ellos son tu hogar y tu mesa”. No sé muy bien si esto viene a cuento, pero la cosa se estaba poniendo seria y precisaba de una cita pertinente.
Ya me doy cuenta de que hasta ahora he hablado poco de Celia. Y eso no es justo en este día. A pesar de ser la peque del grupo se ha convertido poco a poco, junto a nuestro decano Juan Manuel, en su engranaje fundamental. El mayor y la más joven nos han envuelto en un manto de cuidados y afectos vigilantes y contrípetos que han conseguido que esto nuestro siga pareciendo un grupo de amigos y no una panda de psicólogos revenidos. La verdad es que no le faltan encantos a nuestra nueva sesentañera. Así, a botepronto, se puede decir de ella que es realista (por algo hizo económicas), buena organizadora (de algo le han tenido que servir tantos años en Duró Felguera), paciente (ha aguantado a Juan Manuel todos estos años y a nosotros en los últimos), viajera (son la envidia del grupo por los viajazos que se hacen a rincones insólitos del mundo y, además, disfrutándolos), agarimosa (palabra gallega que rima con mimosa, con cariñosa, con tener un buen colo y buenos hombros en los que recibir confidencias y repartir ánimos, papel que le ha tocado ejercer a menudo en los últimos años con respecto a nuestra pandilla). Y, además, alegre (no se le ha visto enfadada nunca, lo que dados los tiempos que corren, no es mérito pequeño). En fin, que para ser una sesentera perfecta, como los demás que la precedimos, solo le falta ser abuela, pero eso va a exigir algo más que su reciente viaje a Chile para recordárselo a Alberto. En todo caso, lo conseguirá y entonces alcanzará la perfección y podremos admitirla en la cofradía de los felices abuelos compartidores de fotos de nietos en el WhatsApp.
Esa es nuestra Celia. Esa que ahora, para celebrar su cumple, nos ha propuesto venir a Alcalá de Enares. Y no solo lo ha propuesto sino que lo ha conseguido. Eso ya dice mucho del cariño que le tenemos y de lo importante que ha acabado siendo para nosotros.
Querida Celia, muchas felicidades. Ya verás que hay mucha leyenda urbana en eso de que cumplir los sesenta es cerrar una etapa de la vida, la buena, para abrir otra que solo puede llegar, como mucho, a ser regular. En Brasil, desde donde te escribo este recuerdo, a ésta la llaman “a melhor idade”, expresión que puede que tenga algo de exajerado pero resulta estimulante. Y, en cualquier caso, es la mejor etapa de la vida que nos queda por vivir. La cuestión es hacerlo en buena compañía y, en este sentido, ya está comenzando super-bien.
Muchas, muchas felicidades.
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