Casi una semana en Roma. De
jueves a miércoles. Todo un lujo si fueran vacaciones. Más complicado si lo que
te ha traído hasta aquí es la celebración de un Congreso sobre Montessori y su
impacto en la Educación Infantil, en cuya organización has estado implicado
desde hace meses- Pues eso, de congreso en Roma: ad maioren Montessori gloriam.
Organizar un Congreso
internacional en un país extranjero, aunque esté ahí al lado, como en este caso
es, siempre, una aventura poco recomendable para cardíacos. Al final, las cosas
salen. Y, hasta podría decirse que salen bien. Pero te dejan agotado. Y eso que
casi todo lo ha hecho la gente de aquí, pero es mucha tensión durante mucho
tiempo. Bueno, pues ya hemos acabado.
La parte logística del Congreso estuvo estupenda. Nos alojaron en el Antico Palazzo Rospigliosi en plena Sta. Maria Maggiore. Más en el centro imposible. Podiamos ir perfectamente a la Lateranense, donde se celebraban las sesiones. Y andando, lo que en Roma no deja de ser un lujo. También la parte académica del Congreso
ha funcionado muy bien. Hemos tenido una gran presencia de personajes
importantes de la Pedagogía italiana (aquí o logras eso, o no eres nadie: los
grandes catedráticos son como dioses del Olimpo; parece mentira que seamos tan
diferentes italianos y españoles: los catedráticos españoles, la casta
académica, apenas significamos nada o muy poco). Bueno la cosa es que, salvo
alguna excepción, sí han venido a nuestro Congreso los que tenían que venir. Y
eso ha dado reconocimiento al Congreso y a sus organizadores.
Yo ya empiezo a ser muy conocido
entre los colegas italianos. Para bien y para mal. Dos años formando de la
Comisión que los evaluaba y que los habilitaba (o no) para ser catedráticos o
Asociados te convierte en una figura identificable, apreciada y odiada a la vez
(espero que más lo primero que lo segundo pues resulta obvio que un español
metido en una comisión de 5 italianos, cada uno con sus propios intereses, bien
poco puede hacer). En fin, allí estaba parte de la flor y nata de la Didáctica
italiana. Lo que no hizo sino aumentar mis propios agobios al tener que
pronunciar mi conferencia, que me parecía escasa y pobre, y tener que hacerlo,
además, como uno de los líderes del Congreso. Pero salió bien. Y no quedó mal
el pabellón español.
Por otra parte ha sido un
Congreso muy especial. Lo mejor de todo es que he tenido a la familia cerca.
Primero a hija y nieta (su primer congreso a los 11 meses: precocidad
insuperable. Espero que, al menos, le den certificado de asistencia: ella ha hablado
más en el Congreso que buena parte de los participantes). Luego el yerno y sus
padres. Ha sido bonito llevar esa doble vida de vida de congreso y vida
familiar. Creí que me provocaría incertidumbre y estrés por querer atender a
muchos frentes a la vez pero no ha sido así en absoluto, siempre me ha
apetecido mucho más la familia. Sobre todo, desde luego, por Iría, que crea
adicción. Su entrada en el Congreso fue genial porque se puso a gatear entre
donde estaba su madre y donde estaba yo y a hablar como una cotorra y, claro,
en un congreso sobre Educación Infantil nadie podía quejarse. Al contrario,
todos estaban encantados con ella. En seguida se hizo la protagonista de la
sesión. Y tengo que decir que he recibido muchos más parabienes por ser su abuelo
que por mi conferencia.
En esta ocasión, se trataba de un
congreso en dos etapas (la primera más tipo Congreso, conferencias, mesas
redondas, comunicaciones; la segunda más tipo jornadas de formación con visitas
a escuelas y talleres prácticos). Es una apuesta original mía en la que los
académicos, en general, no creían mucho. De hecho, casi ninguno de ellos
continuó en la segunda etapa. Pero se trata de un formato muy interesante
cuando tienes a gente que ha hecho una gran inversión en viajes (en este caso
todos los que venían de Sudamérica, por ejemplo). Hay que darles la oportunidad
de que puedan rentabilizar más el esfuerzo. Y la verdad es que
organizativamente funcionó muy bien. De los 200 inscritos, más del 80% continuó
en los talleres de la segunda fase. Incluidos los profesores y profesoras
italianas.
La visita a las escuelas estuvo
bien, aunque obviamente la satisfacción de cada uno dependió de la escuela a la
que le tocó ir. La que visité yo, una escuela infantil financiada por la Banca
de Italia para sus empleados, me resultó poco llamativa. Primero, porque la
propia institución pone muchas restricciones para las visitas y las
fotografías, con lo cual te sientes permanentemente vigilado. Después, que
había muy poquitos niños. Pudimos ver espacios y materiales pero poco a los
niños en acción. Eso sí, los espacios, sobre todo el exterior de la escuela era
un enorme jardín-bosque que, con seguridad, haría felices a los niños en cuanto
llegara el buen tiempo. También los recursos internos eran abundantes. Fue lo
que más me interesó, ver los materiales Montessori, aunque fuera en sus
estanterías. Pero, al final, me supo a poco, sobre todo porque me faltó ver a
los niños en acción. Por lo que contaron otros que visitaron escuelas
diferentes, tuvieron más suerte.
Y los cursos prácticos que
siguieron dejaron bastante que desear. Las temáticas eran muy interesantes: la
Documentación, los materiales y espacios, el lenguaje, el arte, las
matemáticas, la naturaleza, etc. Pero, como nuestra expectativa estaba en que
se trataría de sesiones tipo laboratorio y workshop, al verlas convertidas en
simples sesiones teóricas, nos defraudaron bastante. Con todo, he descubierto
que ese es un poco el modelo italiano. Es como si dijeran que no hay práctica
sin teoría y que primero hay que revisar la teoría para entrar, después, en la
práctica. No lo veo mal el planteamiento. Solo que, al ser sesiones cortas,
acaban finalizando antes de que realmente se llegue a la práctica. Quizás si la
secuencia fuera al revés, primero la práctica y después la teoría que ayudara a
entenderla, el resultado sería mucho más satisfactorio. Al menos, la gente
saldría con la sensación de que había aprendido a hacer algo nuevo. Sensación
que no te queda aunque lo que te hayan contado sea interesante y novedoso para
ti.
Y así, con dos días iniciales de
congreso con todos sus rituales (incluidos los grandes speech de los
catedráticos que coordinaban las mesas redondas), un domingo intermedio de
turismo y colas (en Italia hay pocas cosas que puedas hacer sin tener que pagar
el precio de una enorme cola) y los dos días finales de visita a escuelas y
cursos dimos por completada esta nueva experiencia académica italiana. Creo que
la gente ha quedado muy contenta. Roma reúne todos los ingredientes para hacer que la gente se sienta
bien. Fue un acierto, organizarlo aquí. Claro que esto habría sido un caos de
no contar con Ferruccio y Andrea, los infatigables organizadores que hemos
tenido.
También para mí la experiencia ha
sido estupenda. Con sus claroscuros, por supuesto. Estar en la cabecera de los
congresos genera muchos compromisos que son difíciles de gestionar: dónde te
sientas, con quién comes o cenas, cómo haces para reconocer a todos los que
tienes que conocer porque si no quedas fatal, cómo atiendes y agradeces a las
muchas personas que han venido desde Sudamérica porque tú les has convocado o
porque quieren conocerte… Yo soy un desastre en ese tipo de cosas. Y como
siempre me voy con la sensación de que no he hecho las cosas bien. Ni para mí
(porque no me permito atender más y mejor a la gente a la que me apetecería
hacerlo) ni para los demás (que deberán pensar que les he atendido muy poco).
“Usted tiene muchas fans aquí”, me decía una colombiana al poco de comenzar el congreso.
Y eso parecía, desde luego por los abrazos y los besos que iba recibiendo a
medida que la gente entraba en la sala de conferencias. Pero al final, por
querer estar con todos, acabo estando solo. Y así ha sido, literalmente al
final del Congreso. No sé cómo fue (con seguridad, culpa mía) pero todo el
mundo se distribuyó en grupos de amigos y se fueron a cenar juntos y yo me vi
más solo que la una, deprimido y yendo solo y en soledad a tomarme una sopa en
el restaurante de al lado del hotel. Una mierda de final para un Congreso que
salió muy bien. Aunque, estando en Roma,
siempre puedes contar con algún ángel que te eche una mano y te serene el
ánimo.
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