Había prometido que no leería la
novela y, pese a ser una promesa estúpida, la cumplí. No me atreví a hacer lo
mismo con la película (¡qué demonios, al final la va a ver todo el mundo y no
voy a poder participar de las conversaciones en torno a ella!) y esta tarde
hemos ido a verla.
Bueno, con la ventaja de no haber
leído el libro (así no tengo que echar
de menos nada) y quedándome con lo que el film presenta, no me ha parecido una
mala película. Terrible por su contenido y la visión enfermiza del sexo que supone
el sadomasoquismo (aunque allí solamente hay sado y aun así, bastante light).
La película está muy bien hecha en sus aspectos formales, los actores trabajan
estupendamente, los paisajes y ambientes en que se lleva a cabo la grabación
están bien seleccionados y el ritmo, en general, es bueno. Yo, al menos, no me
aburrí (bastante tenía con ir controlando mis propias fantasías). El protagonista Jamie Dorman está correcto (aunque quizás un tanto hierático y reconcentrado
en lugar de expresar la emoción que cualquiera hubiera sentido en situaciones
como las que iba viviendo, o quizás es que los sados tiendan a ser tristes, no
lo sé) y ella, Dakota Johnson pues perfecta. Dicen que el cuerpo que aparece en
las escenas eróticas no es el suyo, que tuvo una sustituta, pero su
expresividad estaba en la cara, en cómo expresaba sus emociones. Y esa sí fue
ella. A mí me encantó.
Pero, obviamente, el morbo de la
película está en el sexo y la forma en cómo lo viven los protagonistas. Decían
del libro que era “porno” para señoras casadas. Y supongo que mucha gente iba al cine esperando ver en pantalla aquello
que ellos/as se habían imaginada mientras leían la novela. De ahí la
frustración. Pero, en todo caso, resulta poco realista ir a ver porno a cines
comerciales. El porno se ve en casa o en cines X. La película llega a donde se
puede llegar sin romper en exceso las costuras de lo socialmente permitido. Y
ese trecho lo cubre bien. Hay escenas eróticas excelentes que te hacen soñar.
Lo que perturba todo el tiempo es el fondo patológico sobre el que se
construye la relación entre ambos. La frialdad racional de él, rota solo a
ratos; la mezcla de deseo y temor por parte de ella. Es difícil concebir algo
tan hermoso y gratificante como el sexo en un contexto así. La propia idea de
la “sumisión” resulta escalofriante. “¿Qué gano yo con eso?”, le pregunta ella. “A mí”, responde él. En el fondo, él puede
gozar con ella solo si goza de ella sin restricciones, sintiéndose su “amo” (la
otra palabra desasosegante). Y no es que la idea de “sumisión” no carezca
de encanto ni deje de tener su parte erótica.
Eso de no tener que tomar decisiones, que el otro las tome por ti; eso
de dejarte sorprender, dejarte llevar a las cotas de placer más altas que tu
compañero/a de experiencia sea capaz de proporcionarte, suena guai. Claro que tal cosa requiere mucha confianza en el
otro o la otra y la certeza de que no te hará daño. Todo lo contrario de lo que
sucede en relaciones sadomasoquistas en las que el hacer daño forma parte
sustantiva del juego.
La película, en ese sentido, es
una montaña rusa en las que vas pasando por momentos de complicidad profunda
con los protagonistas disfrutando con ellos, imaginándote en sus personajes,
fantaseando con pezones y hielos y suspiros; luego, de pronto, aparecen gestos
duros, silencios, contratos, la frialdad de planteamientos que eres incapaz de
concebir en una persona. La solución final me pareció estupenda. No entiendo
cómo contar esta historia requirió tres enormes tomos de novela escrita. La
chica es capaz de recuperar su capacidad de ser ella misma, lejos de la “sumisa”
que requiere su pareja. Ellos dos están buscando cosas diferentes. Él le está
ofreciendo una vida llena de lujos y transgresiones a cambio de que renuncie a
sí misma. No es una alternativa
De vez en cuando, yo miraba de
reojo a mi mujer para ver si podía leer sus emociones. Pensaba para mí que
también ella andaría danzando en sus fantasías lamentando, quizás, no haber
vivido la intensidad de algunas de las experiencias de la protagonista o
deseando repetirlas. Y miraba a los que nos rodeaban extrañándome de que chicos
y chicas jóvenes miraran la pantalla como observadores de una historia ajena
que apenas les conmovía.
Así pues, es una película
técnicamente buena y que, en su contenido, te hace pensar en lo complicados que
somos los seres humanos. La complicación
se centra esta vez en el sexo, pero podría aplicarse a cualquiera de los
ámbitos de la existencia humana. Obviamente eso es lo que nos hace interesantes.
Y distintos.
Y al salir escuché, “¿pero por
qué le llaman a esto 50 sombras de Grey si es La Cenicienta?”.
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