Se nos ha ido el año 2013. ¡Meigas fora! Bienido sea.
Cada uno tendrá su opinión, desde
luego, pero por lo que a mí se refiere
ha sido un año nefasto. Claro que 365 días son demasiados para que todo sea tan
negro. Siempre aparecen días de tonos más grises y amables. Incluso, hay
algunos que son luminosos. Pero ni siquiera éstos logran quebrar ese tono
sombrío y amenazador del conjunto.
Aunque se han mezclado problemas
de todos los colores, los peores han sido los de salud. Parece mentira cómo
pueden cambiar las cosas en unos pocos días. A traición. La cosa comenzó mal
porque en las vacaciones navideñas a mi hijo le pareció digno de atención que
yo le hablara de algunos mareitos que me daban cuando me ponía a andar. Algo no
debía sonarle bien (es lo que tiene tener un hijo cardiólogo) y arregló las cosas para que me hicieran una revisión
cardiológica a fondo. Mala cosa que te empiecen a chequear los médicos. Es como
llevar al coche al taller o a la ITV, sobre todo si el coche tiene sus añitos y
los has utilizado de aquellas maneras. Siempre
aparece algo. El chequeo salió bien, pero no tan bien. Y aparecieron las
arritmias y una sinfonía de extrasístoles. Nada grave, me dijeron. Un poco más
de medicación y a cascarla. Ah, carajo, pero en el mes de Marzo llegó el
síncope. No es que fuera nada, pero pudo serlo. Y de nuevo al hospital, esta
vez, ya en serio y para quedarme. Me hicieron el tercer grado y me aplicaron toda
la batería de pruebas disponibles: primero los fontaneros, después los
electricistas, más tarde los técnicos de sonido y, al final, los mecánicos que
me incrustaron una pieza nueva. Resultado: tablas. Algo hay pero no sabemos qué,
ni por qué. Eso sí, tarjeta amarilla: ándese con cuidado. Obviamente salí del
hospital lleno de malos presagios y buenos propósitos. De esos que ya sabes que
no puedes cumplir o no serías tú: un mes sin hacer nada y dos más con viajes
solo pequeños, sin salir de España. Y después, a modiño hasta alcanzar de nuevo
la velocidad de crucero. Y así hasta hoy.
Antes de salir de mi propio
agobio llegaron otros añadidos en la familia. La saña de la enfermedad resulta,
a veces, incontrolable. Más aún cuando a los males objetivos se añade el poder
destructivo de algunas palabras como “cáncer”. De nada sirve que te digan que
los avances médicos han mejorado mucho los pronósticos. Siempre acabas temiendo
lo peor. Fueron meses de lágrimas y sustos contenidos. Tiempos de hospital, de
diagnósticos que esperabas con tanta ansiedad como temor, de operaciones, de
mucha angustia contenida. Y así hemos vivido todos estos meses con un desenlace
trágico en un caso y una esperanza contenida en el otro.
Esa ha sido la parte negra del
2013. Afortunadamente, también ha tenido su parte luminosa. Nuestros hijos nos
han anunciado dos nuevas nietecitas para el 2014. La alegría que transmite ver
a Berta crecer se va a ampliar este año con dos nuevas voces, Iria y Mar. Una
en Madrid y la otra en Barcelona. Ésa es la parte del “…no ahoga” del refrán. Dos
salvavidas para mantenerse a flote en este proceloso 2013.
Así que a nadie le sorprenderá que nos alegremos de
que haya concluido. Lo despediría con un desesperado “que te den…”. Pero, no
quiero tentar a la suerte. Casi voy a preferir cruzarlos dedos, no vaya a ser…
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