15 días fuera de casa es un abuso, hay que reconocerlo. Al principio consigues superarlo mirando solo
el presente. Igual que se hace cuando uno sube una cuesta, si miras al suelo
donde van avanzando tus pies apenas notas que sea una cuesta. Si miras al frente,
ya solo ver el repechón que has de subir, empiezas a palpitar. Así que el
secreto es ir subiendo la cuesta sin pensar que lo sea. Con el tiempo pasa un
poco lo mismo. Mejor no mirar mucho al frente. Y así, minuto a minuto, llenándolos
como mejor puedes, va pasando el tiempo. Los viajes exigen un poco de
estrategia que se va aprendiendo con el tiempo. Si comienzas a agobiarte desde
el inicio por cada retraso del avión, por cada sorpresa, por todo lo que queda
por delante, todo se hace eterno y acabas jodido. Mejor ir dejándolo pasar.
Bueno, pues así, entre unas y otras cosas, se fueron los 15 días. Algunos
aburridos de muerte que se sobraban por todos los lados. Otros que resultaron
insuficientes, tan intensa era la actividad. Y, para mí, habiendo actividad, el
disfrute está garantizado. No sé, debe ser que el tiempo se me pasa volando
cuando estoy haciendo algo. O quizás, que como las cosas, en general, salen
bien y la gente es generosa, los aplausos y agradecimientos cubren de sobra el
desgaste de lo que has estado haciendo. Pues así fueron los 15 días. Muchas
cosas envueltas en tiempo.
Porque, la verdad, esta vez, el gran protagonismo de mi viaje fue realmente
el tiempo. No sólo porque no hay nada que se pueda zafar del tiempo, sino que
además de lo que tenía que ir a hablar era, en parte, del tiempo. Los créditos,
la organización de los Planes de Estudio, los tiempos de los estudiantes. El
tiempo de los otros y mi propio tiempo fueron los raíles por los que se
deslizaron estos 15 días en Chile. Con cosas interesantes, como sucede siempre.

La primera es que me tocó chupar frío. Me encanta romper nuestro invierno
con el verano sudamericano, pero me pone menos hacerlo al revés. Y la cosa es
que salí de Madrid con 33 grados y llegué a Santiago de Chile con 3. Mucho
salto para sorberlo de golpe. Pero luego, a medio día solía salir un sol hermoso. No me puedo quejar. Y como
compensación la Cordillera estaba preciosa de nieve blanca. Un espectáculo.
La segunda es que, tras una primera semana mediocre en un proyecto que,
felizmente, ya hemos cerrado (también aquí el tiempo como protagonista), la
cosa fue mejorando. Es interesante cómo proyectos que nacen con muchas ínfulas
acaban quedándose en nada. Me enamoré de él y por eso me comprometí porque creía
ver en la propuesta una voluntad institucional clara de renovar los estudios de
Medicina y Ciencias de la Salud en las 8 Escuelas que componen la Facultad.
Empezamos hace tres años con la presencia y el compromiso de los equipos
decanales y las direcciones de los centros. Tres años después he acabado
haciendo cursos para unos pocos profesores metidos con calzador y siempre con
la sospecha desesperante de si acudiría alguien. Sospecha que los responsables te comunicaban
compungidos “no sabemos cómo nos va a responder la gente; no son buenas fechas”.
Frustrante. Pero ya acabó. Por supuesto, sin que nos hayamos acercado lo más
mínimo a los propósitos iniciales. “Painting
the cafeteria”. Así cuentan algunos colegas norteamericanos que acaban
muchas innovaciones que se proponen altas metas: pintando la cafetería. En
nuestro caso, no pintaron la cafetería; pero traen y pagan a un especialista
español para que dé cursos sobre metodología de casos a docena y media de
profesores. Más o menos, lo mismo.
La segunda semana fue más esperanzadora. Quizás porque, en este caso,
estamos comenzando el proceso. Y porque se trata de una universidad privada con
un liderazgo claro. A quienes provenimos de universidades públicas y llevamos
su dinámica en el ADN académico, nos cuesta relacionarnos con las universidades
privadas. No siempre es fácil entrar en su lógica porque, en ocasiones, es escandalosamente
economicista. Sin embargo, en este caso me encontré con una universidad
distinta. No sé si porque la universidad lo es o porque lo eran las personas
con las que trabajé estos días. Me encantó estar con ellas. He aprendido mucho
de su esfuerzo institucional y de su forma de afrontar el trabajo de formar a
sus estudiantes. Pero lo que ha sido más hermoso es la forma cordial con que me
han tratado. Han sabido mimarme durante la semana que he pasado con ellos. Y,
la verdad, uno está en edad de que lo mimen. Cosa que pocas veces sucede,
desgraciadamente.
Me alojaron en un buen hotel. Vino a recibirme un Vicerrector que ya no se
apartó de mi lado en toda la semana (y eso, que esa semana le tocaba actuar
como Rector suplente, pues el de verdad estaba de viaje). Viajamos juntos a
Temuco y allí compartimos mesa y mantel en el mejor hotel de la ciudad;
regresamos a Santiago y fue asistiendo una a una a todas mis intervenciones durante
la semana (5), aunque a veces eran repetidas pues se dirigían a colectivos
distintos. Y siempre estaba contento y siempre dispuesto a hacer todo lo que
estuviera en su mano para que mi estancia fuera agradable. Y que comiera bien, eso es lo peor. Pero no faltaron sorpresas agradables, como la cena en el Mesón Patagónico donde asan corderos al espeto. Lo comienzan a hacer de madrugada para la hora de la comida y los tienen toda la tarde al fuego (siempre más de 4 horas) para la cena. Lo había visto ya en Buenos Aires, pero llama mucho la atención. Y el cordero estaba delicioso, la verdad.
Muy agradable todo, de veras. Me
encantó sobre manera el entusiasmo de sus líderes académicos. La forma en que
viven su trabajo los decanos y decanas, los directores y directoras de carrera
que fui conociendo me emocionó. Su entusiasmo, sus ganas de mejorar, su
confianza en sus equipos y en sus estudiantes, si identificación con la
institución. Cuando la agencia chilena evaluó la institución, uno de los
evaluadores les dijo que allí había mucha “mística” y les preguntó qué pasaría
cuando acabara esa mística. Es verdad que había mística. Algo que tiene que ver
con el convencimiento y el compromiso. Pero no me pareció falsa ni coyuntural.
No eran comerciales vendiendo sus productos. Se les notaba que creían en lo que
hacían y que se sentían privilegiados por poder estar allí. Hay algunas
personas así en nuestras universidades pero son pocos, demasiado pocos.
Bueno, la cosa es que han sido dos semanas largas pero ricas. De las dos he
aprendido mucho. Dos semanas, con sorpresa final: resulta que mi regreso estaba
pautado para el viernes 27. Yo ya contaba las horas que faltaban para volver.
Pero me había equivocado, en algún momento del proceso se había cambiado la
fecha de regreso retrasándola un día. La frustración fue enorme. Revolví Roma
con Santiago para intentar cambiarlo pero era el día del estreno de los Juegos
Olímpicos y el vuelo iba a tope con gente que viajaba a Londres vía Madrid.
Pues nada otro día más. Me perdí la fiesta familiar que, con esfuerzo, se había
programado para mi regreso. ¡Una putada!
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