El enésimo viaje de este final de
curso ha sido a Honduras, país centroamericano que yo no conocía salvo esas
pequeñas reseñas de problemas confusos del narcotráfico y hace unos años de la
destitución (golpe de estado contra su presidente que se había escorado mucho
hacia el estilo venezolano).
Los precedentes del viaje no
ayudaron mucho a mejorar mi imagen ni a suavizar los prejuicios. El proceso de
obtención de los pasajes fue difícil y sometido a la lentitud de las cosas
administrativas en aquellas tierras. Total que hasta dos días antes de iniciar
el viaje yo no tenía los pasajes. En varios momentos del proceso entendí que la
falta de avances suponía que la cosa se quedaba en nada, pero luego siempre
volvía a resurgir. En varias ocasiones fui yo mismo quien deseó que el viaje se
suprimiera. Incluso había tomado mi propia decisión de dejarlo estar y no
preocuparme más. Pero, en fin, tampoco parecía fácil pues se trataba de un
curso al que asistirían gentes de los 5 países centroamericanos (Honduras, la
anfitriona, Costa Rica, Panamá, El Salvador y Nicaragüa) y de España. Ellos
debían tener comprados ya sus pasajes, pensaba yo, no les puedo hacer eso. Pero
por esos milagros del destino, la cosa sí fue adelante y el jueves me confirmaron
que ya estaba todo listo para volar el sábado. Mi tensión andaba, ya por
entonces, con síntomas parecidos a la deuda española, en niveles insoportables.
Luego, sin embargo, todo salió
bien. Los vuelos sin retrasos, las condiciones atmosféricas tranquilas y gente
esperándome en el aeropuerto. Y eso que el paso por Miami fue, como suele,
exagerado en las medidas de seguridad (te toman las huellas de los 10 dedos de
las dos manos, te fotografían la pupila, te descalzan, te pasan por la
maquinita que te desnuda y te cachean). Eso sí, han hecho un gran esfuerzo de
comunicación mediante cartelitos explicativos de las medidas que puedes ir
viendo a medida que avanzas en las colas: por qué no se permiten líquidos, por
qué la máquina de rallos X (if you prefer
an individual exploration, just ask, te ofrecen generosos). En todo caso es
un agobio dentro de todo aquel caos que constituye el aeropuerto de Miami.
En cambio, la vista de la ciudad
desde el avión fue realmente espectacular. No creo que nunca haya visto nada
tan llamativo, con los cayos repartidos por aquel mar azul cuando llegábamos,
con la infinidad de enormes lagos artificiales rodeados de casitas-mansiones;
con sus rascacielos en pequeñas zonas; con las playas; con aquella extensión infinita de chalets
entre árboles. Me pareció espectacular.
Y al final, ya cansado llegué a
Honduras cuando caía la noche. Casi 24 horas de viaje entre vuelos y esperas.
Como no conocía Honduras estaba en esa intriga de querer anticipar cómo sería
aquel país. La cita en San Pedro Sula y alguien me había hablado bastante mal
de la ciudad. La verdad, el primer encuentro fue nulo pues cayó tal manta de
agua mientras nos desplazábamos del aeropuerto a la ciudad que apenas se podía
ver un metro por delante del morro de la van que nos llevaba. El hotel era
sencillo y familiar, pero muy cómodo. Con la gentileza que tanto se agradece
cuando llegas de viajes tan largos, de encontrarte con una cesta de fruta y una
botella de agua en la habitación.
Muchas cosas me llamaron la
atención de Honduras. Primero de todo, la calidez de sus gentes. En eso, son
similares a todos los otros países de la zona que yo haya conocido. Había en el
grupo personas provenientes de todos los países centroamericanos: Costa Rica, Panamá,
Nicaragua, El Salvador y Honduras. Faltaba sólo Guatemala que entre unas cosas
y otras, se había quedado al margen de la red que los otros países habían
formado. Cierto que unas personas eran distintas a las otras, pero todas tenían
en común ese grado de cordialidad, de simpatía que los hace tan acogedores.
La segunda cosa llamativa es que
son muy madrugadores. También aquí las clases de los chiquillos comienzan a las
7 de la mañana. Y nosotros, sin madrugar tanto, pero a las 8 ya estábamos en
plena faena. Menos mal que los trabajos eran en el mismo hotel donde nos
alojábamos, pero al final tenías que darte un madrugón para estar a tiempo en
la sala de trabajo. Y no faltaba nadie. Una maravilla.
Tercera cosa, se pasan el día
comiendo. Era curioso, con la excusa de los coffe breack ponían zumos, frutas y
piscolabis en las mesas cada dos-tres horas. Agobiante. Pero quienes asistían
al curso no le hacían ascos y, al final, hasta yo mismo (a quien no le hacía
puñetera falta ese exceso de calorías) me contagié. Pero peor aún, la cosa
llega a tal punto que como no aparezcan esas constantes medio-comidas empiezas
a ponerte nervioso y a echarlas de menos. ¡Qué cosa!.

Trabajamos mucho, la verdad. Un
poco desordenadamente, pero con intensidad. Como son muy habladores
(habladoras, pues casi todas eran mujeres) la cosa se hacía más amena y creo
que más rica. Pusimos en común muchas cosas y quedaron tareas pendientes que
asumieron con una voluntariedad envidiable. Fueron sólo tres días de trabajo
intenso, pero con resultados interesantes. Y eso que les queda mucho quehacer
por delante, pero ellas lo saben y seguro que lo llevarán a gran recaudo. Para
mí fue una enorme satisfacción. Pensar que las universidades más importantes de
los 5 países centroamericanos han adoptado tu modelo de competencias docentes
como base para programar la formación de sus docentes universitarios, no deja
de ser algo por lo que uno puede sentirse orgulloso y muy contento.

En fin, y así entre largas
sesiones de trabajo y algunas concesiones al ocio nocturno (salidas a cenar a
la ciudad, aunque siempre muy vigilados y por zonas “seguras”) pasaron esos 4
días centroamericanos. Total que vuelve uno
cansado pero contento. Otra experiencia más.
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