miércoles, julio 30, 2008

Tropa de élite.


La verdad es que era una tarde para descansar. Buscaba un momento de tranquilidad. Y fui a acabar metido en el cine en un momento con pocas opciones apetecibles. Y así, de carambola, acabamos en Tropa de élite.
He de decir en mi descarga que adoro el cine brasileño. Debería decir que adoro Brasil, pero eso es demasiado general y redundante. Estos últimos años han ido apareciendo películas espectaculares. Unas por su violencia, otras por su apacibilidad, si es que existe esa palabra. Pero resulta inolvidable la experiencia de una Cidade de Deus, Carandirú entre las duras o Estación Central de Brasil, Os filhos de Francisco ou Viva Sao Joao entre las amables. Una delicia.
Bueno, la cosa es que la promesa de tarde tranquila se perturbó, como era de esperar con Tropa de élite, un film recién estrenado en España y que rezuma violencia por sus cuatro costados. Su director José Padilla ha querido hacer una semblanza del Brasil de bastidores, de ése que se siente pero no se ve, salvo por sus efectos trágicos y diarios. La película es todo ritmo y eso la hace absolutamente cautivadora como la violencia que describe. Dicen que la violencia es muy seductora (para los que la ejercen claro, no para los que la sufren), como uno esos juegos de riesgo, en los que sabes que cualquier error puede costarte la vida. Pero debe serlo aún más por esa vivencia palpable de poder que te hace sentir. Poder destruir al otro, convertirlo en nadie, ejercer sobre él/ella tu más sádica imaginación. Suena terrible. Pero debe ser verdad. De ahí la fascinación de los videojuegos violentos que tanto atraen a los jóvenes. Y así, la película te atrapa desde el principio. Uno puede desear quedarse un poco al margen, como una especie de voiyeur de tanta agresión pero es imposible, ahí estás tú metido en el ajo, salpicado por lo que estás viendo y casi no acabas de creer que pueda ser cierto.
Desde el punto de vista cinematográfico es todo un éxito tanto en lo que se refiere al ritmo, a la música, a la propia historia (con una voz en off permanente que te impide hacer tus propias lucubraciones y te va dando el sentido y la razón de cada movimiento de los personajes), a los personajes, a los ambientes. Todo está muy bien recreado en este film de Padilla.
La historia narra la lucha contra el narcotráfico en una favela de Rio de Janeiro. Podría ser una película de guerra (de hecho así describe la acción el protagonista: “mientras los narcotraficantes puedan armarse esto es una guerra”) pero es una película policial, con personajes más matizados, y psicológica, puesto que se van siguiendo los particulares avatares de cada uno de ellos en esta batalla que es exterior pero también interior. Todo entra allí, desde el papel de las ONGs, hasta la amistad, el poder, la traición, la muerte (mucha muerte: “cuando la BOP entra en una favela no es para morir es para matar” dice el protagonista), la vida (también hay mucha vida, incluido el nacimiento del hijo del policía duro), la violencia (mucha violencia), la corrupción (mucha corrupción), la docencia universitaria (con una visión acusadora del progresismo académico). En fin, tenía todos los recursos para contar una historia compleja y profunda sobre la subcultura del narcotráfico y la pobreza en Brasil.
Pero es, sobre todo, una película con mensaje. Un mensaje en milhojas, como los pasteles. La voz en off del protagonista se encarga de ir machacándote con sus principios e ideas. Él hace visible la doctrina que emborracha el pastel de la historia, para que no te equivoques y vayas a malinterpretar lo que allí pasa. Hay mucha doctrina en el film. Aunque la historia sea parecida a la de Cidade de Deus (aunque contada desde la perspectiva de la policía) la doctrina es bastante diversa. Se parte de la idea de la corrupción del sistema policial: las cosas están tan mal porque los que deberían velar porque estuvieran mejor se benefician de la situación (hay que recurrir a las donaciones de los narcos para poder arreglar los coches de la policía: un absurdo). También están mal porque los que no sufren directamente la situación (los ricos, los pijos, los intelectuales, los estudiantes) idealizan a los malos y demonizan a los buenos, la policía y el Estado. Y no solo eso, se permiten el lujo de liarse sus canutos y tomarse su droga: “mientras vosotros toméis droga los narcos podrán armarse”. Y si la situación está mal sólo la violencia es capaz de erradicar la violencia. Policías y narcos utilizan estrategias semejantes, armas semejantes, crueldad semejante. Ganará el que esté mejor preparado, el que sea más capaz de armarse de violencia. Cualquier otro camino (como el de las ONGs) es una pérdida de tiempo.
Se sale del cine con mal sabor de boca y muchas preguntas. Para los que somos alérgicos a cualquier muestra de violencia, toda la película es un exceso. Debe uno darse un chute de celesemine para recuperar el ánimo. Pero intelectualmente, es todo un desafío. Decía Rojas Marcos que para su entretenimiento la mente necesita de al menos dos pensamientos en conflicto. En ese caso, he de aceptar que fue una tarde agobiante pero entretenida. No dos, tenía 312 pensamiento en conflicto. Y aún siguen ahí después de varios días. Imposible de digerir tanto conflicto.

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