Este ha sido un fin de semana festivo y familiar en Molins de Rei donde viven los (mejor sería decir las, porque son mayoría absoluta) Zabalza Besteiro. Hijo, nuera y nietas se sienten tan identificados con el pueblo, tan metidas en la danza local que se han convertido en molinencas de pro.
Es una alegría pasear con ellos por el pueblo porque conocen a todos y todos les conocen. Molins es de esos pueblos en los que se siente esa cosa que llamamos comunidad, esa sensación de que los demás son convecinos, de que todos tienen algo en común. Y estos días, lo que tenían en común eran las fiestas de San Miguel. Y allí fuimos toda la familia: los Zanchetta-Zabalza desde Madrid y los abuelos desde Santiago.
La festa major en Molins es puro fuego. Deben ser los mismos genes fenicios del Mediterráneo que ha llenado de pólvora todo el noroeste, de Almería a Girona. Pero en Molins la magia del fuego se desborda. La noche del viernes, nuestro primer día allí, fue mágica. Al atardecer, todo el mundo estaba ya ataviado para fundirse con el fuego, para danzar bajo una lluvia torrencial de chispas: pantalón y chaqueta vaquera, pañuelico naranja para taparte la cara al estilo ganster y sobrero de paja. Todo el cuerpo bien defendido porque de lo que se trata es de saltar y bailar bajo una intensa lluvia de estallidos y fuegos. Van apareciendo diversos monstruos que echan fuego por sus fauces y extremidades y se han de mover por entre una multitud de gente que abarrota la plaza del ajuntament y las calles adyacentes. Hubo momentos espectaculares en los que tu temblabas ante un espectáculo tan intenso de estruendo y fuego, ante una nube de fuegos bajo la que adivinabas cientos de personas apiñadas saltando uniformadas bajo las chispas. Y eso que sucedió el viernes volvió a acontecer el sábado (en este caso con el Camell: https://youtu.be/hbpXwd9FcpI?si=a_CxFNaMVspd6Gez ) y se repitió el domingo. Unas fiestas bajo el fuego.
La otra gran fiesta de Molins son los gigantes. Allí estaban, madrugadores el domingo, más de 50 ejemplares de gigantes venidos de diversas procedencias, incluidos gigantes franceses. Para mí fue una alegría encontrarme con representación de gigantes navarros de Elizondo y también músicos pamplonicas con nuestra música tradicional de gaitas para los pasacalles. Molins tiene sus propios gigantes históricos (el Miquel y la Monserrat) a los que se han ido uniendo después el Bernat, la Candelera y el Molinenc, pero para sus fiestas les gusta invitar a sus colegas de otras latitudes y así, todos juntos, crean un ejército de gigantes indescriptible y lleno de matices. Los hay altos y bajos, monarcas y súbditos, delgados y barrigones, simpáticos y huraños. Cada grupo fue danzando las danzas de su tierra y haciendo gala de la destreza de quienes los llevaban. Fue un espectáculo fantástico.
Y el tercer gran bloque de las fiestas molinenses son los castells. Y ahí siempre están presentes las zabalza-besteiro. Los padres como parte de la pinya; las niñas tuvieron su etapa de enxanetas y, ahora, forman parte del tronc. Así que es todo un espectáculo familiar y un reflejo más de la pasión con que viven la cultura local.
Pero el San Miguel de este año nos reservaba, además, una sorpresa formidable: la elección de Michel como Miquel del año en Molins. Los Miquels de Molins son toda una tradición local (siendo S. Miguel el patrón, parece que muchos recibieron ese nombre en el pueblo) y se hicieron presentes formando la colla dels Miquels. Cada año, días después de la diada del 11 de Septiembre se reúnen y eligen a un Miquel que será el Miquel del año. El 29 de septiembre van a su casa a las 6 de la mañana y lo despiertan a base de petardos y gritos (Miqueeeel desperta!!!). Cuando el pobre Miguel de turno sale en pijama a la puerta todavía dormido y sin saber de qué va aquel estruendo, le leen su nombramiento y le citan al acto de toma de posesión ese mediodía en la calle de San Miguel. Allí, en presencia de todos los Miqueles vivos y el alcalde del pueblo, le entregan el bastón, le ponen el gorro, y le hacen jurar que desempeñará con buen tino su notable responsabilidad de Miquel del año. Él será quien lea el pregón de las fiestas del próximo año y quien pronuncie el discurso de traspaso del nombramiento al siguiente Miquel del año.
Pues todo ese proceso le tocó vivir este año a nuestro hijo, como Miquel del año. Y ahí lo tenemos, bastón en mano, sombrero y cara de perplejo sobre este nombramiento inesperado. En el acta de nombramiento dicen que lo eligieron porque se daban en él condiciones que le hacían merecedor de ese honor: su integración plena en el pueblo y el compromiso de toda la familia con la colla dels castels, los cuidados como cardiólogo de muchos molinencos (entre ellos, algunos miqueles) y alguna otra cosa más que se me escapó. Sucedía todo esto, además, en el día en que se celebraba el día mundial del corazón, lo que hacía coherente el nombramiento de un cardiólogo como Miquel del año.
En fin, fueron 4 días intensos de inmersión en unas fiestas populares con sabor propio. Un sabor especial, sazonado del color, la emoción y la sensación de peligro que el fuego siempre lleva consigo. Y con ese juego de opuestos donde lo enérgico y ruidoso del fuego (acompañado además de monstruos, batucadas y músicas ruidosas) se contrapone a lo tranquilo y sosegante del baile de los gigantes seduciéndose mutuamente al ritmo de gaitas y violines que interpretan música popular de cada región. Y, por si fuera poco, todo ese festín bullanguero vino coronado por la guinda particular de lo que los castells suponen a nivel familiar y del especial regalo de este año con el nombramiento de Michel como Miquel de l’any. Así que fuego, Camell, gigantes, castels, flamenco, sardanas, barra, rock nocturno y, de postre, miquelada. Un San Miguel más que completo.
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