En estos tiempos tan poco dados a la exaltación de los lazos familiares (“¿qué tal las vacaciones, preguntan algunos, bien o en familia?”), hemos tenido la suerte de pertenecer a ese otro grupo de gente que valora mucho lo que la familia supone para todos nosotros. Por supuesto, la familia pequeña siempre ha sido ese nicho de tranquilidad y apoyo mutuo en el que confías y del que vas disfrutando. Cierto es que, con el pasar de los años, van entrando nuevos miembros en el clan (yernos y nueras con sus respectivas familias, nietos, etc.) y las cosas se complican un poco en el ámbito de los afectos, pero, aun así, los lazos son fuertes, estables y, en general, satisfactorios. Quizás, cuando los padres nos hagamos demasiado mayores y el flujo de los afectos y la protección deba cambiar de dirección, puede que la situación entre en crisis, pero en el entre tanto, no es difícil mantener la cordialidad y el apego mutuo en la familia pequeña.
Más complejo es mantener esa red de conocimiento y afectos en lo que se refiere a las familias extensas, esa que se basan en un apellido. También en eso, Elvira y yo hemos tenido mucha suerte. Los Cerdeiriña son muchos, pero si lo ampliamos a los Vázquez y los Ulloa la cosa va de multitud. Tampoco los Zabalza andamos cortos, entre otras cosas, porque éramos 7 hermanos y eso da para mucha prole.
Toda esta introducción viene a cuento porque ayer mantuvimos una de esas reuniones de amplio espectro entre los Vázquez. Aprovechando que estamos en pleno verano y que algunos de los que viven fuera (Nicaragua, Lituania, Barcelona) andaban por aquí, nos citamos en el Pazo Casalnovo, en Caldas de Rei, Pontevedra, propiedad de unos amigos de Michel. Se trata de un hermoso pazo gallego, recientemente recuperado y que se dedica a la organización de bodas y eventos. Todo un lujo estético saturado de jardines, agua y buen gusto.
No éramos muchos esta vez, 21 comensales, de los cuales 8 niños (relativo lo de niños pues los había de todas las edades desde universitarios, como Roque, hasta escolares como Sabela y Vakaris). La comida estuvo bien, agradable. El lugar y la ocasión se lo merecían.
En cualquier caso, lo importante del encuentro no era la comida en sí, sino el verse y poder hablar de nuevo. Ponernos al día en los avatares de la vida de cada familia. Hacía solo dos días había sido el cabo de año de la muerte de Vicente, que era quien solía reunirnos en este tipo de encuentros, y ésta fue otra forma de recordarle.
Tiene gracia esto de las familias extensas. Sin tener apenas nada en común, resulta que sí hay algo que compartes, un algo etéreo hecho de palabras (el apellido) y cruces genéticos (el árbol genealógico), algo que te dota de una identidad vinculada. Te reconoces en el otro (no en él o ella como persona), sino en lo que tiene de saga familiar, de clan, de pertenencia a una casa común. Y de forma natural van aflorando los vínculos, los recuerdos compartidos, las personas que fueron nexo de unión, lo que los ya fallecidos nos contaron de la historia común de la que venimos. Galicia es una tierra con raíces extensas, con apellidos fuertes que se van extendiendo en el tiempo y el espacio. A veces, ni siquiera es el primer apellido el que te conecta con los demás, sino el segundo o el tercero. En un país de emigrantes, de minifundios y dispersión geográfica, se diría que se han fortalecido los vínculos familiares para minimizar la lejanía y neutralizar el olvido.
El verano es buen momento para refrescar las relaciones. El empleo ha disgregado las familias. Los hijos, además de ser pocos, se han ido alejando de su núcleo familiar para ejercer su trabajo lejos de la casa familiar. Y allí han formado su propia familia. Hay que aprovechar las vacaciones para reforzar la unión, la identidad común y los afectos, que siempre precisan de momentos de presencia y contacto. Y si ya no hablamos de padres-hijos sino de primos y parentela amplia, estos encuentros son muy relevantes. Está claro que las relaciones interpersonales siempre precisan realimentarse y que las redes sociales, aunque tienen su papel, resultan insuficientes para mantener viva una relación rica en afectos.
Y lo que resulta notorio es que no tiene nada que ver una reunión entre amigos (incluso aunque sea entre familias amigas con sus niños), con una reunión de familias vinculadas entre sí por lazos familiares, próximos o lejanos, tanto da. Las reuniones de familia tienen ese toque especial que te une al pasado, a padres y abuelos, a personas que están vinculadas a ti de manera permanente por aquello de la genealogía.
Y eso fue lo que pasó en el Pazo Casalnovo. Todos fueron contando anécdotas de su infancia común y de sus andanzas profesionales actuales. A Elvira y a mí nos tocó hacer de abuelos de la reunión. Y es interesante este rol de gente mayor, porque esa plataforma elevada en la que te colocan los muchos años, te permite seguir con perspectiva los flujos de recuerdos, de novedades, de noticias, de risas y silencios que se van produciendo. Es bonito ver cómo cada cual va trenzando sus recuerdos, como articulan su relato de las cosas que vivieron cuando niños, cómo recuerdan a las personas con las que convivieron o simplemente conocieron. Es una historia (su historia) de nuestra propia historia. Es como volver a revivir aquellos momentos, muchos de ellos ya lejanos en el tiempo, contados por los que entonces eran niños o adolescentes.
Al final, las familias son eso: algo que tiene que ver con sangre y genes comunes, pero sobre todo, algo que tiene que ver con relatos compartidos. Es esa sensación casi física de que hemos compartido personas y experiencias comunes, que lo nuestro no es de ahora porque tenemos una historia común. Una historia que, por supuesto, cada quien la va a contar a su manera, pero incluso eso es bonito y es lo que hace interesante y novedosa cada nueva reunión.
A veces cuesta encontrar el momento para encontrarse; cuesta disponer el ánimo para afrontar la reunión que suele hacerse un poco cuesta arriba; cuesta, incluso, el iniciar las conversaciones una vez ya en el lugar, pero lo que suele estar asegurado es que al final todos salimos muy satisfechos. En general, somos buena gente y disfrutamos del hecho de estar juntos, de sabernos partícipes de unas raíces comunes. Raíces que siguen vivas y que, de alguna manera, te permiten reconocerte en una historia compartida. En definitiva, fue un gran día.
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