Y así, a los pocos, pasó un año. Un año con tu ausencia pegada al cuerpo. Una ausencia trenzada de suspiros silenciosos (o no tanto), de recuerdos, de darle vueltas al “¿qué dirías…qué pensarías…que te gustaría hacer?”. Un año de no llamadas, ni encuentros familiares, ni celebraciones ocasionales con su misa y su comida. Un año de nada, de vacío, de silencio. Un año de ser (porque todo está reciente y tú sigues siendo en nosotros), pero sin estar, sin tenerte cerca y saber de ti. ¡Un mal año!
Claro que también ha sido un año sin diálisis, sin recaídas constantes, sin hospitales, sin ese sufrimiento permanente (tuyo y de todos nosotros); un año sin verte rodar impotente por el precipicio del deterioro físico y la pena marcada en tu rostro, en tus despedidas reiteradas, en el tono de tu voz… Y por eso, aun siendo mucho el dolor de la ausencia, casi da para alegrarse de que tus penas concluyeran y pudieras, por fin, descansar en paz.
En esa ambivalencia nos sorprendió tu fallecimiento y ahí seguimos un año después, echándote mucho de menos, pero consolándonos de que tu martirio hospitalario concluyera pronto.
Bien sabe Dios que, de todas formas, ha sido un año en que no hemos dejado de tenerte presente en nuestras cuitas familiares y en todo el papeleo que nos dejaste pendiente. Tan centrado como estabas en las cosas divinas, ni te imaginas las vueltas que dan las humanas cuando uno se va al otro mundo. Y en ello andamos al cabo de un año. Así que ahí sigues muy presente en nuestras conversaciones y desvelos mundanos.
Acabo de leer el libro del escritor español Javier Cercas, El loco de Dios en el fin del mundo. Cercas cuenta cómo acompañó al papa Bergoglio en su viaje a Georgia, con la única idea de preguntarle si podía confirmarle a su madre que volvería a encontrarse con su padre ya fallecido cuando ella muriera. Ella estaba segura de que así sería, pero el ateo Cercas no lo veía. Le lleva todo un libro de casi 500 páginas poder hacerle la pregunta al Papa: “- ¿Entonces le puedo decir a mi madre que, cuando se muera, va a ver a mi padre?...-Con toda seguridad, responde el Papa” (p. 476) Y se ratifica varias veces en ello. Te hubiera gustado leerlo, Vicente. Aparte de que es muy entretenido todo el viaje, Cercas va hablando con mucha gente relevante del Vaticano y los temas de conversación son muy interesantes. Ni qué decir tiene que me acordé de ti casi en cada página y me figuraba comentando contigo los diversos argumentos que allí se iban exponiendo. Pero en el fondo, la duda de Cercas es la que tenemos todos en relación a nuestros difuntos: ¿qué es eso de la “resurrección de la carne” ?, ¿qué pasa en la vida eterna?
Y si la cosa es así, como decía el Papa Bergoglio (por cierto, ya tenemos otro Papa: murió Francisco, aunque eso ya lo debes saber pues andará por ahí contigo, y ahora tenemos a León XIV, otro estilo de Papa, más clásico), espero que para ti, este primer año en la otra vida haya sido un año lleno de descubrimientos. Como nadie cuenta nada de ese otro lado de la vida, solo podemos hacernos conjeturas. Habrás, suponemos, encontrado a tus padres y a tus hermanas. Te habrás reencontrado con los muchos colegas sacerdotes (incluidos obispos y papas) con los que compartiste fe y profesión. Y, por supuesto, con Moncho Valcarce, tu amigo de siempre. Mucha vida social…
Y por este lado de la vida, pues ahí seguimos todos, sumidos en los mismos afanes de siempre, peleándose cada quien con los suyos: la salud, los estudios, el trabajo, los hijos, los nietos…y Orazo, que ahí sigue, siempre convaleciente y reclamando afecto y apoyo. Los que ya éramos mayores contigo, lo somos con un año más y vamos sumando achaques y sorpresas sobrevenidas. Los jóvenes van haciéndose mayores y comienzan las preocupaciones por la universidad, los novios y novias, los viajes solos, etc. Y los peques, cada vez lo son menos, pero ahí están ellos y ellas llenando de color y algarabía la familia Cerdeiriña. Tu rebaño parroquial sigue también, hasta donde sabemos, su curso. Supongo que no está siendo fácil el borrón y cuenta nueva que tus parroquias y parroquianos tuvieron que hacer al perderte. Tantos años con un Cerdeiriña a la cabeza deja mucha huella. Difícil tarea el sustituirte.
Y así ha ido pasando este año sin ti, querido cuñado. La vida sigue, aunque cada pérdida te obliga a reorganizarte mental y efectivamente. No solamente pierdes a alguien querido, acabas perdiendo todo lo que iba asociado a él: personas, espacios, tiempos, actividades. Es mucha pérdida, mucho hueco a tapar o disimular. Pero en eso estamos: reconstruyendo, entre todos, aquel espacio familiar contigo que tan importante fue durante tantos años. Espero que, aunque ya no podamos contar con tu presencia, tú sigas cuidándonos desde ese puesto de privilegio en el que con toda seguridad (Papa dixit) estás. Ese será nuestro deseo íntimo y callado cuando, dentro de unos días, nos reunamos para recordarte.
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