viernes, mayo 23, 2025

EL APAGÓN COMO METÁFORA.

 

 

 



¡Cómo cuesta volver a pensar-divagar en el blog! Soy consciente de que las divagaciones fueron lo más sabroso de las entradas de otros tiempos, pero algo se va “apagando” dentro de uno mismo (de ahí lo del apagón) y cada vez es más difícil salirse de los comentarios descriptivos e impersonales. A ver qué sale… ¡toquemos madera!

¡Vaya lío lo del apagón!  Da para muchas sobremesas el ir comentado dónde estaba cada quien, qué hizo, cómo resolvió la situación. Salen narraciones muy curiosas y entretenidas. Y qué impactante ese mapa de España desde el espacio: todo oscuro mientras se ven algunas lucecitas por Europa adelante. Quizás sea un montaje, pero aun así, impacta.

En cualquier caso, lo de esta entrada no va de ese tipo de apagones. Se trata de apagones igual de reales, pero que se refieren a otro tipo de luz. La verdad es que llevo mucho tiempo con una sensación que es como un torbellino que da vueltas una y otra vez en mi cabeza. Es el sentimiento que vincula la presencia a la luz y la ausencia o distanciamiento a la oscuridad. No puedo dejar de sentir que toda pérdida es un apagón que afecta no solo a la persona que pierdes sino a todo aquello que esa persona iluminaba. Así que la vida acaba siendo ese juego de nuevas iluminaciones (cada vez que aparece alguien que ilumina su parte del mundo) y apagones (cada vez que esa persona fuente de luz desaparece). Lo decía muy bonito Galeano:

El mundo es eso, un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores.

Lo que estoy sintiendo en estos últimos años es que voy perdiendo muchas fuentes de luz. Quizás sea eso hacerse mayor. Igual que cuando estás en plena etapa de éxito profesional vas conociendo mucha gente muy interesante que te abren a (que iluminan para ti) nuevos territorios y experiencias, a medida que te vas haciendo mayor y tu mundo relacional se va reduciendo, vas sintiendo los apagones. Y perdiendo la luz de los otros, tu propia luz acaba haciéndose cada vez más mortecina. 

 Con cada persona que se va, con cada amistad que pierdes o se aleja, van desapareciendo de tu campo de visión todo el espacio que esa persona iluminaba para ti. Da lo mismo que ese espacio fuera una temática académica, o un espacio geográfico, o un conjunto de personas con las que te relacionabas porque era él o ella quien los había incorporado a tu vida.

Lo he sentido de una forma especial con la pérdida de Vicente Cerdeiriña, mi cuñado, sacerdote en Poio. Era tan amplio el espacio que él iluminaba, tanto geográfico (la ciudad de Pontevedra y Poio), como humano (los sacerdotes, su familia, sus feligreses…), y cultural (en este caso lo religioso y el compromiso con lo gallego), que el apagón que produjo su fallecimiento ha sido enorme. Y dejas de ver todo eso que él iluminaba, deja de tener presencia, todo se va oscureciendo y acaba desapareciendo. ¡Tantas cosas y personas que existía para nosotros por él! Nos conocían y apreciaban porque éramos sus parientes; los conocíamos porque él nos los presentaba y mantenía informados; nos gustaban (o lo aceptábamos) porque eran importantes para él. Y ahora que él no está todo eso se oscurece: desaparece el sentido que tenía para nosotros viajar a Poio, relacionarnos con sus feligreses y con los eventos, estar al tanto de lo que allí o a ellos les pueda suceder. Todo un apagón.

La pérdida y el apagón no es, a veces, tan dramática. No es la muerte la que provoca el apagón definitivo, es la ausencia: pierdes un amigo/a, alguien que cambia de residencia, alguien al que dejas de ver porque está lejos o porque su vida ha tomado otros derroteros. Y el proceso es el mismo: todo aquello que él o ella iluminaba va perdiendo nitidez y acaba a oscuras, desaparece. 

 La jubilación es un momento terrible en ese proceso. Es una desaparición de golpe de tanta gente que el apagón es brutal. No me extraña que haya tantos jubilados (entre ellos, yo mismo) que viva mal ese tránsito. A mí me llama la atención cómo esa pérdida o alejamiento de las personas va cambiando tu mundo (cómo se van apagando ciertos espacios), así como la aparición de nuevas personas y relaciones te va iluminando otros. La relación intensa con ciertos colegas amigos de la universidad hacía que los temas que ellos trabajaban fueran interesantes para mí y me atrajera su estudio; desaparecidos ellos o mitigada nuestra relación esas temáticas dejaron de interesarme y ocuparme. Desaparecieron, dejaron de estar iluminadas… Es un juego de luces y sombras que va variando al socaire de las personas con las que estás.

Y ese proceso se va produciendo a cada pérdida. Y las pérdidas son constantes: familiares, amigos, colegas… Y a cada pérdida un nuevo apagón. Y así, poco a poco, vas perdiendo territorio, vas perdiendo relaciones, vas perdiendo experiencias. A veces veo la muerte como la pérdida progresiva de zona iluminada: morir es cerrar los ojos y llegar al apagón final.

De jóvenes, esta constante pérdida de zonas iluminadas no te preocupa en exceso (a mí sí, siempre ha sido algo muy sufrido), quizás porque las pérdidas son rápidamente sustituidas por otras, a veces con mejor luz que las que se fueron. De mayor, la sustitución es más compleja y la luz irrecuperable.

En fin, me ha llevado lejos el apagón, probablemente porque llueve sobre mojado y me cuesta procesar que toca moverse en territorios cada vez menos extensos y peor iluminados. Digamos, para contrarrestar, que hoy ha salido un día hermoso y lleno de luz.

 

domingo, mayo 11, 2025

UNA QUINTA PORTUGUESA

 


 No deja de ser chocante que, estando ambos jubilados, tengamos que dejar el cine para el fin de semana, que es cuando cuesta más. Y lo gracioso es que no somos los únicos. Ayer, la sala estaba llena (claro que era una sala pequeñita, casi una sala de estar) y la media de edad no bajaba de los 60 años. En fin, la cosa es que nos animamos por Una Quinta Portuguesa. Portugal siempre lo tenemos aquí al lado (de hecho, yo acababa de regresar de dar dos conferencias allí, una en Porto y la otra en Viana do Castela, ésta, además, sobre cine).

Una Quinta portuguesa es coproducción hispano portuguesa, de este mismo año 2025, dirigida por Avelina Prat, una directora valenciana a la que ya conocíamos por su anterior film VASIL, que tiene muchos elementos comunes con esta nueva historia. Ella es, también, autora del guión.

La película está protagonizada por Manolo Solo  (que lleva el papel principal a lo largo de toda la película) y María de Medeiros. Les acompañan otros autores con roles más limitados, con la curiosidad de que se incorpora con un papel pequeñito Ivan Barnev, el mismo actor que hizo de Vasil en su película anterior.

La fotografía es de Santiago Racaj y está bien, con escenas de mucha belleza formal. Aunque está rodada en Barcelona, la ubicación de la quinta con su entorno rural es perfecta. También la música de Vincent Barrière está muy ajustada al guión y te va acompañando como un acompañamiento de fondo relajante.

 La historia tiene mucho que ver con el tema de las identidades que Avelina ha tomado como forma de mirar el mundo actual desde la cámara. Nadie es lo que parece y todos podríamos ser otra cosa diferente a lo que somos (y tenemos). Todo es cuestión de las circunstancias que nos haya tocado vivir. En Vasil, era un búlgaro que llegaba a España y tenía que reconstruir su vida en circunstancias y tareas bien distintas a las que fueron suyas en sus momentos anteriores. En Una quinta Portuguesa es un profesor de Geografía al que le cambia la vida cuando queda solo y el azar le proporciona la opción de seguir siendo con otra identidad. Camino en el que se va a encontrar con otras personas que están en circunstancias bastante similares a la suya: en otro lugar y con una identidad bien diferente a la que fueron.

Todo ello construido sin excesivos dramatismos, como si pese a las rupturas circunstanciales, la vida pudiera continuar pero con otras coordenadas. O sea, que somos gentes de diversos lugares que nos vamos cruzando en la vida,  cada uno con sus circunstancias e identidades parciales (mezcla de lo que eran y de lo que ahora son).

En una entrevista que le acaban de hacer a Avelina en LA RAZÓN (09/05/2025) ella declara: “Una de las raíces de donde sale esta película es que todo el mundo en algún momento hemos fantaseado con tener otra vida: y lo hacemos a través del cine y la literatura; pero nuestra vida es muy reducida: sólo tenemos una y, como mucho, podemos hacer un cambio discreto de vez en cuando. De esa fantasía nace la voluntad de "qué pasaría si esa oportunidad apareciera delante de nosotros, cómo la aprovecharíamos". Y esa es la peripecia que el profesor Fernando vive a raíz de la desaparición de su mujer que trunca su vida. Posteriormente el encuentro casual con otro sujeto hace que adquiera otra identidad y desde ella vaya construyendo otra etapa de su vida.

 Una película sencilla, sin excesos, sin trampas, pero con ese juego de un antes y un después, de un ser y un no ser, que te mantiene atento a ver cómo evolucionan las cosas y en qué acaba toda esa tensión existencial que circula por las venas de la historia de los personajes.

Sencilla pero llena de contenido esta película de Avelina Prat. Tiene cosas muy interesantes: lo que somos no es nuestro nombre, lo que somos son nuestras propiedades, nuestra historia, nuestra forma de vida, el lugar donde vivimos, las personas con las que interactuamos. Y en realidad con nuestro propio nombre o con otro, siempre podemos ser buenas personas, y es esa parte de nosotros la que al final marca nuestra existencia; vivir es sobrevivir y eso puede hacerse no a costa de los demás, sino  contando con su colaboración (en realidad todos necesitamos de los demás para sobrevivir: se veía claro en Vasil y vuelve a repetirse con el Fernando de esta película). Sobrevivir no es fácil (para algunas personal es toda una peripecia) es vivir con otros y eso puede hacerse en cualquier lugar.

Y hay detalles interesantes (ella, Avelina, confiesa que le gusta incorporar a sus films diversas capas) que uno no identifica en una primera visión de la película (desde luego yo no lo hice): que Fernando sea profesor justamente de Geografía que es la disciplina que se refiere a los diversos lugares y circunstancias y modos de vida; que cuando Fernando rompe a pisotones el mapa, lo rompe por España y por los Balcanes; que la propietaria de la quinta es (se sienta) africana, con todo lo  que eso significa en la emigración actual; que no haya sexo en la película (aunque algunas situaciones son propicias a que lo hubiera), porque el amor por el otro es no solo deseo sino aprecio de todo lo suyo, lo que es, lo que tiene, lo que le rodea… Son detalles muy  a tono con la sensibilidad de la directora.

En fin, que sales del cine contento, como después de haber conocido a gente que, de encontrarte con ellos en un bar, te encantaría conocer y charlar con ellos (y quién sabe, si  adoptar su nombre y cambiar de vida si algo les pasara).

 


 

sábado, mayo 03, 2025

LA BUENA LETRA

 



En la alternativa de irnos a la sala de Un funeral de locos o a la de La buena letra, al final nos quedamos con esta última. Espero haber acertado en la elección.

La Buena Letra es una peli española de este año (2025) dirigida por Celia Rico Clavellino que, también es autora del guión. Toma la historia de una novela del mismo nombre de Rafael Chirbes.  Está protagonizada por Loreto Mauleón que está fantástica y es quien lleva el peso fuerte de la historia, acompañada por Roger Casamajor, Enric Auquer y Ana Rujas. Los 4 están bien y construyen personajes muy creíbles.

La historia es sencilla y paradigmática: una familia con dos hermanos (que bien podrían ser dos hermanas), uno de los cuales asume el peso convencional del trabajo para sacar adelante la familia, mientras el otro (más guapo y simpático, menos convencional) va viviendo a tirones y a la que sale, pero siempre con plus de suerte que hace que todos a su alrededor le quieran y envidien. En muchas familias ha pasado algo así. Es el hijo pródigo, a quien siempre se quiere un poco más.

La directora sitúa la historia en tiempos de la postguerra, lo que hace que los propios papeles adquieran rasgos más dramáticos si cabe. El hermano trabajador lo ha de hacer en un contexto de gran dureza y escaso salario y su mujer ha de hacer milagros cotidianos para poder alimentar a todos, incluida su suegra y una hija del matrimonio. Todos echan de menos al hermano que no está y que temen muerto. Para consolar a su madre le escriben cartas como si las escribiera el ausente para que ella crea que aún vive, que le va bien y que volverá pronto. La sorpresa es que el hermano, efectivamente, vuelve y se presenta en casa. Para su madre es como un milagro que la hace feliz y lo trata como su hijo preferido. También para su hermano es un momento de máxima emoción. Los dos hermanos se llevan fantásticamente y disfrutan recuperando su infancia y juventud juntos. Pero el hermano creativo, simpático, semipoeta no dura mucho y abandona la casa y el trabajo para desaparecer otra vez llevándose, además, todos los ahorros de su cuñada. Al cabo del tiempo (no recuerdo el salto que nos indicaba la pantalla, quizás “tres meses después”) vuelve de nuevo, pero esta vez casado con una hermosa mujer, supuestamente rica y, ahora, embarazada. De nuevo comienzan días de aprecio y amistad, aunque ahora ya más matizados por lo sucedido en la etapa anterior y por las desavenencias que lastran la nueva pareja, que acaban marchando porque él se vincula a un viejo falangista rico. La fiesta familiar de la comunión de la niña ocasiona una nueva ruptura emocional pues su tío no asiste. Y todo acaba complicándose.

 Cuesta contar la historia sin desvelar su contenido porque, al final, es la vida normal lo que la película nos está contando, pero lo hace con tanta maestría que lo complejo se hace simple. Hay mucha vida, muchas emociones en el film de la Clavellino. No necesita de efectos especiales, ni de fotografías epatantes o músicas de autor. Es la belleza sencilla de una mujer que va pasando por estados de ánimo variados e intensos y que te los hace ver con la expresión de sus ojos o sus posturas y movimientos. Y todo en ese ritmo lento de la vida en un contexto rural.

Me ha encantado Loreto Mauleón y la forma en que es capaz de reflejar emociones de forma corporal. No precisa hablar, nunca se irrita ni grita, pero todo su cuerpo es una pantalla que te deja ver cómo ella se siente: esfuerzo, pena, deseos, celos, ira, amor, desolación o felicidad. Ella cocina, lava la ropa, la tiende y la plancha, atiende a su hija, se resigna y lucha. Es un caleidoscopio de sensaciones. Los otros actores también están bien, sin excesos, haciendo muy creíbles sus personajes.

Es una bonita película. Una visión de la etapa de posguerra contada sin amargura. Y para quienes la vivimos o casi, supone un reconocer la figura de nuestros padres (el  trabajando de sol a sol; ella metida en las labores de casa sin concederse ningún respiro; la primera radio que llegó a casa (por cierto, igualita a la que aparece en la película); la primera bicicleta, el lavadero junto al río… etc.

Una película, no sé si feminista, pero desde luego muy femenina. Y un canto al amor entre hermanos, incluso entre hermanos tan diferentes entre sí.