Últimamente me gusta salir a caminar con podcast. Antes era con música, pero descubrí los podcast y me he aficionado a ellos, especialmente, porque siempre aprendes algo. A mí, al menos, un buen podcast me moviliza más que la música, me hace pensar mientras voy andando. Me ha parecido especialmente estimulante la colección de la SER “Un libro una hora”, pero ya me los he escuchado todos (al menos, todos los disponibles en Spotify). Luego me pasé a los del “Chisme corporativo” de dos pibas mexicanas muy simpáticas que van analizando con gracia los grandes emporios económicos. Y ayer descubrí la serie “Lo que tú digas” de Alex Fidalgo que, en este episodio entrevistaba a Luis Muiño con motivo de su libro reciente “La Trampa del Amor”. Hablaron de eso, de los problemas que provoca el amor romántico, de los celos, del sexo. Sugerente tema para elucubraciones varias mientras caminas.
Incluso jubilado, uno no deja nunca de ser un académico de la psicología y la educación y, por ello, siempre le resulta un poco sospechoso alguien que se dice divulgador de la salud psicológica y se postula como un experto que da clase en numerosas universidades, tiene pacientes por todo el mundo y es capaz de escribir sobre cualquier tipo de asunto. Que dijera que llevaba 38 años de terapeuta y que había comenzado a serlo a los 22 años, tampoco hizo que ganara puntos en mi estima. A los 22 años ni se ha acabado la carrera de psicología, ni se está en condiciones de hacer terapia. Yo me escandalizaba mucho cuando oía a alguno de mis compañeros/as que decían tener pacientes nada más acabar la carrera. Pero en fin, son pecados de juventud y seguro que ahora Luis Muiño es un buen terapeuta. No lo conozco y, en principio, no tengo por qué dudar de su expertise en los temas que trata (bien interesantes, por cierto).
De hecho, algunas de las cosas que decía en la conversación con Alex Fidalgo son sensatas. Por ejemplo, eso de que el amor romántico se basa en tres factores: la posesión (de ahí los celos), la idealización (el enamoramiento) y la adicción (el sexo). Así se lo explicaba yo también a mis estudiantes, aunque sin aplicarle la idea de “trampa”. Interesante, también, esa idea de que el ser humano funciona con las hormonas que ya teníamos en la época del homo sapiens, pero que precisan ser adaptadas a las condiciones sociales y culturales del S. XXI. Chocante me resulto eso de que esas mismas hormonas primigenias llevan a los individuos se enamoran de sujetos que poseen anticuerpos para enfermedades de los que ellos o ellas carecen, es decir, que la propia especie ha generado los mecanismos necesarios (entre ellos, el enamoramiento) para salvaguardar su propia subsistencia. Supongo que es algo que está bien documentado. ¡Sabia la naturaleza!
De todas formas, lo que más me llamó la atención y me tuvo en vilo durante la hora y pico de la caminata fue el trasfondo muy individual y egocéntrico desde el que Luis Muiño planteaba el amor y la relación amorosa. Quizás es que no le entendí bien. Si la felicidad depende de uno mismo y está vinculada al propio placer y bienestar, todo lo que acurre a nuestro alrededor (incluidas las relaciones que establecemos) adquiere una tonalidad y un sentido solipsista y autoreferido. Si todo se va a analizar en términos vinculados al me gusta, me hace bien, me potencia, me enriquece, etc. las relaciones humanas y el enamoramiento son, en efecto, algo que me saca de mí mismo y resulta difícil de ajustar a mi propio bienestar. Construir una relación amorosa, formar una familia, criar hijos tiene mucho de donación, de ir más allá de mi propio bienestar. Centrarlo todo en uno mismo lleva cualquier consideración terapéutica al callejón estrecho del egocentrismo y la soledad.
Juan Manuel de Prada toca este tema en su semanal diatriba en el XL Semanal (27 Julio-2 de Agosto del 2025: pag. 9). Lo titula “La devastación capitalista”, título que toma de Chesterton cuando se refería al capitalismo como un “proyecto de devastación antropológica”. Habla de tres vías a través de las cuales se produce la mencionada devastación y una de ellas la vincula al fomento del individualismo, disfrazado de la búsqueda de una mayor independencia y liberación personal. La autorealización y el empoderamiento individual requieren de condiciones personales y ambientales que permitan centrarse sobre todo en uno mismo y en el propio proceso de crecimiento. Esa sensación tuve ante los comentarios del colega Muiño. Es cierto que uno va al psicólogo para sentirse bien, pero no estaría de más que parte del trabajo a hacer en la terapia tuviera que ver con una interpretación más abierta y coral del significado de ese “sentirse bien”.
Muy interesante a este respecto es la contraposición entre la idea occidental del bienestar (el “vivir bien”) y el “buen vivir” que forma parte de la cultura de sociedades indígenas iberoamericanas (Rodríguez Salazar, A. Teoría y práctica del buen vivir, 2016). La visión egocéntrica del bienestar como patrimonio individual (ser más, tener más), se contrapone con la visión comunitaria y ecológica del buen vivir: yo viviré bien si todos los miembros de mi comunidad viven bien, si la naturaleza vive bien. Un buen vivir que tiene mucho que ver con la armonía colectiva. Nos hace felices la felicidad colectiva que somos capaces de crear con otros. Y así, las relaciones, los compromisos que asumo con los otros no son obstáculos de mi propio crecimiento, sino que son, justamente, su fuente nutricia.