¡Cómo cuesta volver a pensar-divagar en el blog! Soy consciente de que las divagaciones fueron lo más sabroso de las entradas de otros tiempos, pero algo se va “apagando” dentro de uno mismo (de ahí lo del apagón) y cada vez es más difícil salirse de los comentarios descriptivos e impersonales. A ver qué sale… ¡toquemos madera!
¡Vaya lío lo del apagón! Da para muchas sobremesas el ir comentado dónde estaba cada quien, qué hizo, cómo resolvió la situación. Salen narraciones muy curiosas y entretenidas. Y qué impactante ese mapa de España desde el espacio: todo oscuro mientras se ven algunas lucecitas por Europa adelante. Quizás sea un montaje, pero aun así, impacta.
En cualquier caso, lo de esta entrada no va de ese tipo de apagones. Se trata de apagones igual de reales, pero que se refieren a otro tipo de luz. La verdad es que llevo mucho tiempo con una sensación que es como un torbellino que da vueltas una y otra vez en mi cabeza. Es el sentimiento que vincula la presencia a la luz y la ausencia o distanciamiento a la oscuridad. No puedo dejar de sentir que toda pérdida es un apagón que afecta no solo a la persona que pierdes sino a todo aquello que esa persona iluminaba. Así que la vida acaba siendo ese juego de nuevas iluminaciones (cada vez que aparece alguien que ilumina su parte del mundo) y apagones (cada vez que esa persona fuente de luz desaparece). Lo decía muy bonito Galeano:
El mundo es eso, un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores.
Lo que estoy sintiendo en estos últimos años es que voy perdiendo muchas fuentes de luz. Quizás sea eso hacerse mayor. Igual que cuando estás en plena etapa de éxito profesional vas conociendo mucha gente muy interesante que te abren a (que iluminan para ti) nuevos territorios y experiencias, a medida que te vas haciendo mayor y tu mundo relacional se va reduciendo, vas sintiendo los apagones. Y perdiendo la luz de los otros, tu propia luz acaba haciéndose cada vez más mortecina.
Con cada persona que se va, con cada amistad que pierdes o se aleja, van desapareciendo de tu campo de visión todo el espacio que esa persona iluminaba para ti. Da lo mismo que ese espacio fuera una temática académica, o un espacio geográfico, o un conjunto de personas con las que te relacionabas porque era él o ella quien los había incorporado a tu vida.
Lo he sentido de una forma especial con la pérdida de Vicente Cerdeiriña, mi cuñado, sacerdote en Poio. Era tan amplio el espacio que él iluminaba, tanto geográfico (la ciudad de Pontevedra y Poio), como humano (los sacerdotes, su familia, sus feligreses…), y cultural (en este caso lo religioso y el compromiso con lo gallego), que el apagón que produjo su fallecimiento ha sido enorme. Y dejas de ver todo eso que él iluminaba, deja de tener presencia, todo se va oscureciendo y acaba desapareciendo. ¡Tantas cosas y personas que existía para nosotros por él! Nos conocían y apreciaban porque éramos sus parientes; los conocíamos porque él nos los presentaba y mantenía informados; nos gustaban (o lo aceptábamos) porque eran importantes para él. Y ahora que él no está todo eso se oscurece: desaparece el sentido que tenía para nosotros viajar a Poio, relacionarnos con sus feligreses y con los eventos, estar al tanto de lo que allí o a ellos les pueda suceder. Todo un apagón.
La pérdida y el apagón no es, a veces, tan dramática. No es la muerte la que provoca el apagón definitivo, es la ausencia: pierdes un amigo/a, alguien que cambia de residencia, alguien al que dejas de ver porque está lejos o porque su vida ha tomado otros derroteros. Y el proceso es el mismo: todo aquello que él o ella iluminaba va perdiendo nitidez y acaba a oscuras, desaparece.
La jubilación es un momento terrible en ese proceso. Es una desaparición de golpe de tanta gente que el apagón es brutal. No me extraña que haya tantos jubilados (entre ellos, yo mismo) que viva mal ese tránsito. A mí me llama la atención cómo esa pérdida o alejamiento de las personas va cambiando tu mundo (cómo se van apagando ciertos espacios), así como la aparición de nuevas personas y relaciones te va iluminando otros. La relación intensa con ciertos colegas amigos de la universidad hacía que los temas que ellos trabajaban fueran interesantes para mí y me atrajera su estudio; desaparecidos ellos o mitigada nuestra relación esas temáticas dejaron de interesarme y ocuparme. Desaparecieron, dejaron de estar iluminadas… Es un juego de luces y sombras que va variando al socaire de las personas con las que estás.
Y ese proceso se va produciendo a cada pérdida. Y las pérdidas son constantes: familiares, amigos, colegas… Y a cada pérdida un nuevo apagón. Y así, poco a poco, vas perdiendo territorio, vas perdiendo relaciones, vas perdiendo experiencias. A veces veo la muerte como la pérdida progresiva de zona iluminada: morir es cerrar los ojos y llegar al apagón final.
De jóvenes, esta constante pérdida de zonas iluminadas no te preocupa en exceso (a mí sí, siempre ha sido algo muy sufrido), quizás porque las pérdidas son rápidamente sustituidas por otras, a veces con mejor luz que las que se fueron. De mayor, la sustitución es más compleja y la luz irrecuperable.
En fin, me ha llevado lejos el apagón, probablemente porque llueve sobre mojado y me cuesta procesar que toca moverse en territorios cada vez menos extensos y peor iluminados. Digamos, para contrarrestar, que hoy ha salido un día hermoso y lleno de luz.