domingo, julio 27, 2025

A VUELTAS CON EL AMOR

 



Últimamente me gusta salir a caminar con podcast. Antes era con música, pero descubrí los podcast y me he aficionado a ellos, especialmente, porque siempre aprendes algo. A mí, al menos, un buen podcast me moviliza más que la música, me hace pensar mientras voy andando. Me ha parecido especialmente estimulante la colección de la SER “Un libro una hora”, pero ya me los he escuchado todos (al menos, todos los disponibles en Spotify). Luego me pasé a los del “Chisme corporativo” de dos pibas mexicanas muy simpáticas que van analizando con gracia los grandes emporios económicos. Y ayer descubrí la serie “Lo que tú digas” de Alex Fidalgo que, en este episodio entrevistaba a Luis Muiño con motivo de su libro reciente “La Trampa del Amor”. Hablaron de eso, de los problemas que provoca el amor romántico, de los celos, del sexo. Sugerente tema para elucubraciones varias mientras caminas.

Incluso jubilado, uno no deja nunca de ser un académico de la psicología y la educación y, por ello, siempre le resulta un poco sospechoso alguien que se dice divulgador de la salud psicológica y se postula como un experto que da clase en numerosas universidades, tiene pacientes por todo el mundo y es capaz de escribir sobre cualquier tipo de asunto. Que dijera que llevaba 38 años de terapeuta y que había comenzado a serlo a los 22 años, tampoco hizo que ganara puntos en mi estima. A los 22 años ni se ha acabado la carrera de psicología, ni se está en condiciones de hacer terapia. Yo me escandalizaba mucho cuando oía a alguno de mis compañeros/as que decían tener pacientes nada más acabar la carrera. Pero en fin, son pecados de juventud y seguro que ahora Luis Muiño es un buen terapeuta. No lo conozco y, en principio, no tengo por qué dudar de su expertise en los temas que trata (bien interesantes, por cierto).

 De hecho, algunas de las cosas que decía en la conversación con Alex Fidalgo son sensatas. Por ejemplo, eso de que el amor romántico se basa en tres factores: la posesión (de ahí los celos), la idealización (el enamoramiento) y la adicción (el sexo). Así se lo explicaba yo también a mis estudiantes, aunque sin aplicarle la idea de “trampa”.  Interesante, también, esa idea de que el ser humano funciona con las hormonas que ya teníamos en la época del homo sapiens, pero que precisan ser adaptadas a las condiciones sociales y culturales del S. XXI. Chocante me resulto eso de que esas mismas hormonas primigenias llevan a los individuos se enamoran de sujetos que poseen anticuerpos para enfermedades de los que ellos o ellas carecen, es decir, que la propia especie ha generado los mecanismos necesarios (entre ellos, el enamoramiento) para salvaguardar su propia subsistencia. Supongo que es algo que está bien documentado. ¡Sabia la naturaleza!

De todas formas, lo que más me llamó la atención y me tuvo en vilo durante la hora y pico de la caminata fue el trasfondo muy individual y egocéntrico desde el que Luis Muiño planteaba el amor y  la relación amorosa.  Quizás es que no le entendí bien. Si la felicidad depende de uno mismo y está vinculada al propio placer y bienestar, todo lo que acurre a nuestro alrededor (incluidas las relaciones que establecemos) adquiere una tonalidad y un sentido solipsista y autoreferido. Si todo se va a analizar en términos vinculados al me gusta, me hace bien, me potencia, me enriquece, etc. las relaciones humanas y el enamoramiento son, en efecto, algo que me saca de mí mismo y resulta difícil de ajustar a mi propio bienestar. Construir una relación amorosa, formar una familia, criar hijos tiene mucho de donación, de ir más allá de mi propio bienestar. Centrarlo todo en uno mismo lleva cualquier consideración terapéutica al callejón estrecho del egocentrismo y la soledad.

Juan Manuel  de Prada toca este tema en su semanal diatriba en el XL Semanal (27 Julio-2 de Agosto del 2025: pag.  9). Lo titula “La devastación capitalista”, título que toma de Chesterton cuando se refería al capitalismo como un “proyecto de devastación antropológica”. Habla de tres vías a través de las cuales se produce la mencionada devastación y una de ellas la vincula al fomento del individualismo, disfrazado de la búsqueda de una mayor independencia y liberación personal. La autorealización y el empoderamiento individual requieren de condiciones personales y ambientales que permitan centrarse sobre todo en uno mismo y en el propio proceso de crecimiento. Esa sensación tuve ante los comentarios del colega Muiño. Es cierto que uno va al psicólogo para sentirse bien, pero no estaría de más que parte del trabajo a hacer en la  terapia tuviera que ver con una interpretación más abierta y coral del  significado de ese “sentirse bien”.

Muy interesante a este respecto es la contraposición entre la idea occidental del bienestar (el “vivir bien”) y el “buen vivir” que forma parte de la cultura de sociedades indígenas iberoamericanas (Rodríguez Salazar, A. Teoría y práctica del buen vivir, 2016). La visión egocéntrica del bienestar como patrimonio individual (ser más, tener más), se contrapone con la visión comunitaria y ecológica del buen vivir: yo viviré bien si todos los miembros de mi comunidad viven bien, si la naturaleza vive bien. Un buen vivir que tiene mucho que ver con la armonía colectiva. Nos hace felices la felicidad colectiva que somos capaces de crear con otros.  Y así, las relaciones, los compromisos que asumo con los otros no son obstáculos de mi propio crecimiento, sino que son, justamente, su fuente nutricia.

 

 

viernes, julio 25, 2025

LA FAMILIA EXTENSA

 

En estos tiempos tan poco dados a la exaltación de los lazos familiares (“¿qué tal las vacaciones, preguntan algunos, bien o en familia?”), hemos tenido la suerte de pertenecer a ese otro grupo  de gente que valora mucho lo que la familia supone para todos nosotros. Por supuesto, la familia pequeña siempre ha sido ese nicho de tranquilidad y apoyo mutuo en el que confías y del que vas disfrutando. Cierto es que, con el pasar de los años, van entrando nuevos miembros en el clan (yernos y nueras con sus respectivas familias, nietos, etc.) y las cosas se complican un poco en el ámbito de los afectos, pero, aun así, los lazos son fuertes, estables y, en general, satisfactorios. Quizás, cuando los padres nos hagamos demasiado mayores y el flujo de los afectos y la protección deba cambiar de dirección, puede que la situación entre en crisis, pero en el entre tanto, no es difícil mantener la cordialidad y el apego mutuo en la familia pequeña.

Más complejo es mantener esa red de conocimiento y afectos en lo que se refiere a las familias extensas, esa que se basan en un apellido. También en eso, Elvira y yo hemos tenido mucha suerte. Los Cerdeiriña son muchos, pero si lo  ampliamos a los Vázquez y los Ulloa la cosa va de multitud. Tampoco los Zabalza andamos cortos, entre otras cosas, porque éramos 7 hermanos y eso da para mucha prole.

Toda esta introducción viene a cuento porque ayer mantuvimos una de esas reuniones de amplio espectro entre los Vázquez. Aprovechando que estamos en pleno verano y que algunos de los que viven fuera (Nicaragua, Lituania, Barcelona) andaban por aquí, nos citamos en el Pazo Casalnovo, en Caldas de Rei, Pontevedra, propiedad de unos amigos de Michel. Se trata de un hermoso pazo gallego, recientemente recuperado y que se dedica a la organización de bodas y eventos. Todo un lujo estético saturado de jardines, agua y buen gusto.

 No éramos muchos esta vez, 21 comensales, de los cuales 8 niños (relativo lo de niños pues los había de todas las edades desde universitarios, como Roque, hasta escolares como Sabela y Vakaris). La comida estuvo bien, agradable.  El lugar y la ocasión se lo merecían.

En cualquier caso, lo importante del encuentro no era la comida en sí, sino el verse y poder hablar de nuevo. Ponernos al día en los avatares de la vida de cada familia. Hacía solo dos días había sido el cabo de año de la muerte de Vicente, que era quien solía reunirnos en este tipo de encuentros, y ésta fue otra forma de recordarle.

Tiene gracia esto de las familias extensas. Sin tener apenas nada en común, resulta que sí hay algo que compartes, un algo etéreo hecho de palabras (el apellido) y cruces genéticos (el árbol genealógico), algo que te dota de una identidad vinculada. Te reconoces en el otro (no en él o ella como persona), sino en lo que tiene de saga familiar, de clan, de pertenencia a una casa común. Y de forma natural van aflorando los vínculos, los recuerdos compartidos, las personas que fueron nexo de unión, lo que los ya fallecidos nos contaron de la historia común de la que venimos.  Galicia es una tierra con raíces extensas, con apellidos fuertes que se van extendiendo en el tiempo y el espacio. A veces, ni siquiera es el primer apellido el que te conecta con los demás, sino el segundo o el tercero. En un país de emigrantes, de minifundios y dispersión geográfica, se diría que se han fortalecido los vínculos familiares para minimizar la lejanía y  neutralizar el  olvido.

El verano es buen momento para refrescar las relaciones. El empleo ha disgregado las familias. Los hijos, además de ser pocos, se han ido alejando de su núcleo familiar para ejercer su trabajo lejos de la casa familiar. Y allí han formado su propia familia. Hay que aprovechar las vacaciones para reforzar la unión, la identidad común y  los afectos, que siempre precisan de momentos de presencia y contacto. Y si ya no hablamos de padres-hijos sino de primos y parentela amplia, estos encuentros son muy relevantes.  Está claro que las relaciones interpersonales siempre precisan realimentarse y que las redes sociales, aunque tienen su papel, resultan insuficientes para mantener viva una relación rica en afectos.

Y lo que resulta notorio es que no tiene nada que ver una reunión entre amigos (incluso aunque sea entre familias amigas con sus niños), con una reunión de familias vinculadas entre sí por lazos familiares, próximos o lejanos, tanto da. Las reuniones de familia tienen ese toque especial que te une al pasado, a padres y abuelos, a personas que están vinculadas a ti de manera permanente por aquello de la genealogía.

 Y eso fue lo que pasó en el Pazo Casalnovo. Todos fueron contando anécdotas de su infancia común y de sus andanzas profesionales actuales. A Elvira y a mí nos tocó hacer de abuelos de la  reunión.  Y es interesante este rol de gente mayor, porque esa plataforma elevada en la que te colocan los muchos años, te permite seguir con perspectiva los flujos de recuerdos, de novedades, de noticias, de risas y silencios que se van produciendo. Es bonito ver cómo cada cual va trenzando sus recuerdos, como articulan su relato de las cosas que vivieron cuando niños, cómo  recuerdan a las personas con las que convivieron o simplemente conocieron. Es una historia (su historia) de nuestra propia historia.  Es como volver a revivir aquellos momentos, muchos de ellos ya lejanos en el tiempo, contados por los que entonces eran niños o adolescentes.

Al final, las familias son eso: algo que tiene que ver con sangre y genes comunes, pero sobre todo, algo que tiene que ver con relatos compartidos. Es esa sensación casi física de que hemos compartido personas y experiencias comunes, que lo nuestro no es de ahora porque tenemos una historia común. Una historia que, por supuesto, cada quien la va a contar a su manera, pero incluso eso es bonito y es lo que hace interesante y novedosa cada nueva reunión.

A veces cuesta encontrar el momento para encontrarse; cuesta disponer el ánimo para afrontar la reunión que suele hacerse un poco cuesta arriba;  cuesta, incluso, el iniciar las conversaciones una vez ya en el lugar, pero lo que suele estar asegurado es que al final todos salimos muy satisfechos. En general, somos buena gente y disfrutamos del hecho de estar juntos, de sabernos partícipes de unas raíces comunes. Raíces que siguen vivas y que, de alguna manera, te permiten reconocerte en una historia compartida. En definitiva, fue un gran día.


martes, julio 22, 2025

VICENTE CERDEIRIÑA EN EL RECUERDO.

 

Y así, a los pocos, pasó un año.  Un año con tu ausencia pegada al cuerpo. Una ausencia trenzada de suspiros silenciosos (o no tanto), de recuerdos, de darle vueltas al “¿qué dirías…qué  pensarías…que te gustaría hacer?”. Un año de no llamadas, ni encuentros familiares, ni celebraciones ocasionales con su misa y su comida. Un año de nada, de vacío, de silencio. Un año de ser (porque todo está reciente y tú sigues siendo en nosotros), pero sin estar, sin tenerte cerca y saber de ti. ¡Un mal año!

Claro que también ha sido un año sin diálisis, sin recaídas constantes, sin hospitales, sin ese sufrimiento permanente (tuyo y de todos nosotros); un año sin verte rodar impotente por el precipicio del deterioro físico y la pena marcada en tu rostro, en tus despedidas reiteradas, en el tono de tu voz… Y por eso, aun siendo mucho el dolor de la ausencia, casi da para alegrarse de que tus penas concluyeran y pudieras, por fin, descansar en paz.

En esa ambivalencia nos sorprendió tu fallecimiento y ahí seguimos un año después, echándote mucho de menos, pero consolándonos de que tu martirio hospitalario concluyera pronto.

Bien sabe Dios que, de todas formas, ha sido un año en que no hemos dejado de tenerte presente en nuestras cuitas familiares y en todo el papeleo que nos dejaste pendiente. Tan centrado como estabas en las cosas divinas, ni te imaginas las vueltas que dan las humanas cuando uno se va al otro mundo. Y en ello andamos al cabo de un año.  Así que ahí sigues muy presente en nuestras conversaciones y desvelos mundanos.

Acabo de leer el libro del escritor español Javier Cercas, El loco de Dios en el fin del mundo. Cercas cuenta cómo acompañó al papa Bergoglio en su viaje a Georgia, con la única idea de preguntarle si podía confirmarle a su madre que volvería a encontrarse con su padre ya fallecido cuando ella muriera. Ella estaba segura de que así sería, pero el ateo Cercas no lo veía. Le lleva todo un libro de casi 500 páginas poder hacerle la pregunta al Papa: “- ¿Entonces le puedo decir a mi madre que, cuando se muera, va a ver a mi padre?...-Con toda seguridad, responde el Papa” (p. 476) Y se ratifica varias veces en ello. Te hubiera gustado leerlo, Vicente. Aparte de que es muy entretenido todo el viaje, Cercas va hablando con mucha gente relevante del Vaticano y los  temas de conversación son muy interesantes. Ni qué decir tiene que me acordé de ti casi en cada página y me figuraba comentando contigo los diversos argumentos que allí se iban exponiendo. Pero en el fondo, la duda de Cercas es la que tenemos todos en relación a nuestros difuntos: ¿qué es eso de la “resurrección de la carne” ?, ¿qué pasa en la vida eterna?

 Y si la cosa es así, como decía el Papa  Bergoglio (por cierto, ya tenemos otro Papa: murió Francisco, aunque eso ya lo debes saber pues andará por ahí contigo, y ahora tenemos a León XIV, otro estilo de Papa, más clásico), espero que para ti, este primer año en la otra vida haya sido un año lleno de descubrimientos.  Como nadie cuenta nada de ese otro lado de la vida, solo podemos hacernos conjeturas. Habrás, suponemos, encontrado a tus padres y a tus hermanas. Te habrás reencontrado con los muchos colegas sacerdotes (incluidos obispos y papas) con los que compartiste fe y profesión. Y, por supuesto, con Moncho Valcarce, tu amigo de siempre. Mucha vida social…

Y por este lado de la vida, pues ahí seguimos todos, sumidos en los mismos afanes de siempre, peleándose cada quien con los suyos: la salud, los estudios, el trabajo, los hijos, los nietos…y Orazo, que ahí sigue, siempre convaleciente y reclamando afecto y apoyo. Los que ya éramos mayores contigo, lo somos con un año más y vamos sumando achaques y sorpresas sobrevenidas. Los jóvenes van haciéndose mayores y comienzan las preocupaciones por la universidad, los novios y novias, los viajes solos, etc. Y los peques, cada vez lo son menos, pero ahí están ellos y ellas llenando de color y algarabía la familia Cerdeiriña. Tu rebaño parroquial sigue también, hasta donde sabemos, su curso.  Supongo que no está siendo fácil el borrón y cuenta nueva que tus parroquias y parroquianos tuvieron que hacer al perderte. Tantos años con un Cerdeiriña a la cabeza deja mucha huella.  Difícil tarea el sustituirte.

Y así ha ido pasando este año sin ti, querido cuñado. La vida sigue, aunque cada pérdida te obliga a reorganizarte mental y efectivamente. No solamente pierdes a alguien querido, acabas perdiendo todo lo que iba asociado a él: personas, espacios, tiempos, actividades. Es mucha pérdida, mucho hueco a tapar o disimular. Pero en eso estamos: reconstruyendo, entre todos, aquel espacio familiar contigo que tan importante fue durante tantos años. Espero que, aunque ya no podamos contar con tu presencia, tú sigas cuidándonos desde ese puesto de privilegio en el que con toda seguridad (Papa dixit) estás. Ese será nuestro deseo íntimo y callado cuando, dentro de unos días, nos reunamos para recordarte.

 

 

viernes, mayo 23, 2025

EL APAGÓN COMO METÁFORA.

 

 

 



¡Cómo cuesta volver a pensar-divagar en el blog! Soy consciente de que las divagaciones fueron lo más sabroso de las entradas de otros tiempos, pero algo se va “apagando” dentro de uno mismo (de ahí lo del apagón) y cada vez es más difícil salirse de los comentarios descriptivos e impersonales. A ver qué sale… ¡toquemos madera!

¡Vaya lío lo del apagón!  Da para muchas sobremesas el ir comentado dónde estaba cada quien, qué hizo, cómo resolvió la situación. Salen narraciones muy curiosas y entretenidas. Y qué impactante ese mapa de España desde el espacio: todo oscuro mientras se ven algunas lucecitas por Europa adelante. Quizás sea un montaje, pero aun así, impacta.

En cualquier caso, lo de esta entrada no va de ese tipo de apagones. Se trata de apagones igual de reales, pero que se refieren a otro tipo de luz. La verdad es que llevo mucho tiempo con una sensación que es como un torbellino que da vueltas una y otra vez en mi cabeza. Es el sentimiento que vincula la presencia a la luz y la ausencia o distanciamiento a la oscuridad. No puedo dejar de sentir que toda pérdida es un apagón que afecta no solo a la persona que pierdes sino a todo aquello que esa persona iluminaba. Así que la vida acaba siendo ese juego de nuevas iluminaciones (cada vez que aparece alguien que ilumina su parte del mundo) y apagones (cada vez que esa persona fuente de luz desaparece). Lo decía muy bonito Galeano:

El mundo es eso, un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores.

Lo que estoy sintiendo en estos últimos años es que voy perdiendo muchas fuentes de luz. Quizás sea eso hacerse mayor. Igual que cuando estás en plena etapa de éxito profesional vas conociendo mucha gente muy interesante que te abren a (que iluminan para ti) nuevos territorios y experiencias, a medida que te vas haciendo mayor y tu mundo relacional se va reduciendo, vas sintiendo los apagones. Y perdiendo la luz de los otros, tu propia luz acaba haciéndose cada vez más mortecina. 

 Con cada persona que se va, con cada amistad que pierdes o se aleja, van desapareciendo de tu campo de visión todo el espacio que esa persona iluminaba para ti. Da lo mismo que ese espacio fuera una temática académica, o un espacio geográfico, o un conjunto de personas con las que te relacionabas porque era él o ella quien los había incorporado a tu vida.

Lo he sentido de una forma especial con la pérdida de Vicente Cerdeiriña, mi cuñado, sacerdote en Poio. Era tan amplio el espacio que él iluminaba, tanto geográfico (la ciudad de Pontevedra y Poio), como humano (los sacerdotes, su familia, sus feligreses…), y cultural (en este caso lo religioso y el compromiso con lo gallego), que el apagón que produjo su fallecimiento ha sido enorme. Y dejas de ver todo eso que él iluminaba, deja de tener presencia, todo se va oscureciendo y acaba desapareciendo. ¡Tantas cosas y personas que existía para nosotros por él! Nos conocían y apreciaban porque éramos sus parientes; los conocíamos porque él nos los presentaba y mantenía informados; nos gustaban (o lo aceptábamos) porque eran importantes para él. Y ahora que él no está todo eso se oscurece: desaparece el sentido que tenía para nosotros viajar a Poio, relacionarnos con sus feligreses y con los eventos, estar al tanto de lo que allí o a ellos les pueda suceder. Todo un apagón.

La pérdida y el apagón no es, a veces, tan dramática. No es la muerte la que provoca el apagón definitivo, es la ausencia: pierdes un amigo/a, alguien que cambia de residencia, alguien al que dejas de ver porque está lejos o porque su vida ha tomado otros derroteros. Y el proceso es el mismo: todo aquello que él o ella iluminaba va perdiendo nitidez y acaba a oscuras, desaparece. 

 La jubilación es un momento terrible en ese proceso. Es una desaparición de golpe de tanta gente que el apagón es brutal. No me extraña que haya tantos jubilados (entre ellos, yo mismo) que viva mal ese tránsito. A mí me llama la atención cómo esa pérdida o alejamiento de las personas va cambiando tu mundo (cómo se van apagando ciertos espacios), así como la aparición de nuevas personas y relaciones te va iluminando otros. La relación intensa con ciertos colegas amigos de la universidad hacía que los temas que ellos trabajaban fueran interesantes para mí y me atrajera su estudio; desaparecidos ellos o mitigada nuestra relación esas temáticas dejaron de interesarme y ocuparme. Desaparecieron, dejaron de estar iluminadas… Es un juego de luces y sombras que va variando al socaire de las personas con las que estás.

Y ese proceso se va produciendo a cada pérdida. Y las pérdidas son constantes: familiares, amigos, colegas… Y a cada pérdida un nuevo apagón. Y así, poco a poco, vas perdiendo territorio, vas perdiendo relaciones, vas perdiendo experiencias. A veces veo la muerte como la pérdida progresiva de zona iluminada: morir es cerrar los ojos y llegar al apagón final.

De jóvenes, esta constante pérdida de zonas iluminadas no te preocupa en exceso (a mí sí, siempre ha sido algo muy sufrido), quizás porque las pérdidas son rápidamente sustituidas por otras, a veces con mejor luz que las que se fueron. De mayor, la sustitución es más compleja y la luz irrecuperable.

En fin, me ha llevado lejos el apagón, probablemente porque llueve sobre mojado y me cuesta procesar que toca moverse en territorios cada vez menos extensos y peor iluminados. Digamos, para contrarrestar, que hoy ha salido un día hermoso y lleno de luz.