En estos días terribles en que
uno tiene que resignarse a perder a su madre porque la enfermedad y la
debilidad avanzan inmisericordes y ella misma ha dado por concluido su periplo
en este mundo, me llega esta noticia enternecedora sobre una niña que se crea
su propio espacio materno imaginario.
Fue en Irak. Se trata de una niña
(quizás 3 años) recogida en un orfanato. Probablemente ni conocía a su madre. Quizás
hubiera muerto en uno de los muchos atentados que asolan ese país y otros de su
entorno. O si la conocía (aún peor) no podía contar con su presencia, su
contacto, su afecto. Pero añoraba tanto todo eso (quién sabe, ella misma lo
recordaría de tiempos mejores en su vida, otros niños le habrían contado, lo
habría visto en los dibujos animados o en sus cuentos; las madres están siempre
presentes como un “otro yo” necesario). El caso es que la niña dibuja una madre
en el suelo y se acuesta sobre ella. En ese marco simbólico se queda
profundamente dormida imaginándose abrazada a su pecho y en clara postura
fetal.
¿Qué decir? Hace unos días
comentaba con una compañera cómo los niños pequeños, incluso aquellos con
experiencias familiares frustradas, tienden a idealizar a su familia. Ella lo
había comprobado con alguno de los niños a los que atiende. Y esa fue, también,
mi experiencia cuando trabajaba con chicos inadaptados. Es que es algo que
todos necesitamos, comenté yo. Ni somos ni podemos imaginarnos solos en el
mundo. Y quién mejor que la familia para crear ese espacio de seguridad y
confort. ¿Y quién mejor que la madre para satisfacer física y simbólicamente esa
necesidad?
Y ahí estamos todos. Intentando
imaginar espacios donde sentir su presencia y su protección.
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