Así es. Como se diría en una
crónica de actualidad de la prensa de antes, “con gran satisfacción para padres
y abuelos, el sábado día 15 de marzo, pasadas las ocho de la noche, vino al
mundo Iria Zanchetta Zabalza. Tanto la madre como la niña, que pesó al nacer 3 kilos
y 200 gramos, se encuentran bien. Felicidades”.
Y nació, la nacieron, galleguiña.
Cierto que hubiera podido nacer en Astorga, porque sus papis, haciendo gala de
la bendita inconsciencia de los primerizos, viajaron en coche de Madrid a
Santiago el día anterior. Y no solo eso, llegaron a Santiago al anochecer y aún
tuvieron los santos bemoles de irse a cenar con los amigos. Y a las 7 de la
mañana al hospital porque el parto anunciaba su llegada. Esto debe ser de
familia: también cuando nació la ahora feliz madre sucedió algo parecido. También
nosotros nos fuimos al cine la noche anterior. Y como las contracciones,
todavía débiles, comenzaron mientras veíamos la película, las recibíamos entre carcajadas. Claro que, en
nuestro caso, ya era nuestro segundo hijo y creíamos que lo controlábamos todo
con suficiencia.
Las coincidencias no estuvieron
solo en la inconsciencia de los padres. Iria ha nacido el mismo día en el que
nació su tío Michel. Madre e hija pariendo el mismo día, 15 de Marzo, aunque
con una diferencia de 37 años. Yo estoy convencido que fue la luna. Ese día había
luna llena y algo parecido debió suceder en aquel ya lejano 15 de Junio de
1977. Nadie sabe cómo, pero la luna, igual que influye en las mareas y en las
reglas femeninas, debe influir en los partos. Las matronas nos
decían que
también ellas estaban convencidas. Esto es como las meigas, nadie las ha visto
pero “haberlas hailas”. Por algo estamos en Galicia.
Bueno, la cosa es que ya está con
nosotros la chiquitina de la casa. Es un misterio impresionante éste del
nacimiento. Como un milagro de la naturaleza. Esas pocas células que han ido
desarrollándose y organizándose a lo largo de 9 meses en el vientre de su madre,
salen al mundo como una criatura. Después de 9 meses de vivir a costa de otro
organismo, ella tiene ahora que empezar a hacerlo por su cuenta. No debe ser
nada fácil comenzar a respirar por tu cuenta, a chupar para alimentarte.
Supongo que es un estrés terrible para ese organismo que ha estado viviendo de
gorra, sin más tarea que buscar posición en una celdita muy reducida (aunque
también eso debe ser de un agobio terrible). La primera cosa que se preguntaba
Ainoa era cómo había podido caber en la barriga. Midió al nacer 47 cm. Algo
imposible de meter en un espacio tan pequeño. Tenía que estar absolutamente
estrujada. Mira, en eso ganó al nacer. Ahora, por lo menos, puede estirarse y
mover la cabeza. Angelito.
Y es una santa. Su estado natural es dormir, cosa que hace absolutamente relajada. Da gusto mirarla. Nada más nacer, como la mamá tenía que despertar de la anestesia por la cesárea, tuvo que tomarla en brazos Luca, su papá. Era emocionante verlo. Fue él quien llegó corriendo a la sala de espera para decirnos que ya había nacido Iria. Y, al poco, otra vez para avisarnos de que nos dejaban verla. Lo dijo y salió como si estuviera compitiendo en 100 metros lisos. Metió el turbo, recorrió como un rayo el pasillo y cuando llegamos allí ya estaba con la niña en brazos, mirándose ambos con un asombro intenso. Como si ya se conocieran de antes, pero en sueños, y estuvieran ahora reconociéndose como seres reales.
Luego en la habitación, el enamorado padre se pasó 3 horas y pico sentado en una silla con la niña en brazos y sin despegar los ojos de ella. Era una postura todavía rígida de padre inexperto y que necesita asegurarse de que la niña no se le va a escurrir entre las manos. Pero lo que llamaba la atención era, sobre todo, su mirada. Era una mirada emocionada, de asombro, de expectación. Seguro que en ese rato, que a él se le debió hacer corto, pasaron por su cabeza muchos episodios de su vida que le habían conducido hasta ese momento maravilloso. Sobre todo, cosas y emociones vividas en los últimos nueve meses, desde que supieron que iban a tener un hijo. Además, como ahora ya puedes hacerles fotografías casi desde que son embriones y sigues su evolución a través de las ecografías, podía contrastar si esa cosita viva que tenía en sus brazos se parecía a la imagen que se había hecho de ella. Entre tanto, la niña dormía feliz y confiada. Los dos, padre e hija, en el cielo.
Es hermoso esto de los nacimientos. Empezando por el propio hospital. Era la sala más alegre del hospital. Es la única ocasión en que vas con gusto a un hospital, espacio de dolores casi siempre, menos en estos casos. Por lo general, ves a la gente alegre. Padres y abuelos paseando dichosos a los recién nacidos. También hay algunas caras tristes; la vida nunca permite la felicidad completa, pero son los menos. Se mascan las emociones. Sobre todo los primeros momentos, tras el parto, son momentos inolvidables. Ya conté lo emocionante que fue conocer a la niña. Pero aún lo fue más cuando pudimos ver un ratito a la mamá a la que llevaban en camilla a la sala de despertar. Fue otro momento de emociones intensas. Allí estaba la criatura y su mamá, aún semiconsciente tras el parto: se abrazaron los padres emocionados (la larga espera de 9 meses había culminado, la hija que habían acompañado durante todo ese tiempo ya había llegado y estaba bien) y tuvo lugar el primer encuentro entre Ainoa y su hija. También para ella fue un momento milagro: verla, sentirla, besarla, apoyarla en su pecho, vivirla como algo distinto a ella pero sin dejar de ser ella. Muy emocionante, la verdad. Nadie intentó ocultar las lágrimas. Luego a ella se la llevaron y nosotros subimos a la habitación con la niña.
En fin, los nacimientos son el
gran canto a la vida. La vida con todo lo que tiene de sueño y de realidad.
María y Luca habían soñado mucho este momento, lo habían convertido en su gran
fiesta matrimonial en la que casi todo estaba previsto y pensado-disfrutado de
antemano: contracciones controladas y seguidas según el protocolo, parto
natural sin anestesia, los dos juntos en el paritorio, la niña recién nacida
puesta sobre el pecho de la madre en un encuentro a tres que sería todo un
compromiso vital. El mundo del deseo era perfecto. Pero la vida es más real,
más imperfecta. El plan soñado fue entrando por vericuetos inesperados: dilatación
demorada e insuficiente, anestesia, cesárea en quirófano, reanimación
prolongada porque te coincide con el cambio de turno… La vida misma. La vida
real pero también estimulante. El parto fue bien, la niña salió perfecta, la
madre se recuperó de maravilla y ya estamos todos en el punto de salida de una
nueva etapa familiar. Los que solo eran pareja se han convertido en familia,
los esposos en padres, los hermanos de los padres en tíos y los padres de los
padres en abuelos. Y así continuamos el proceso rico y hermoso de vivir. Vivir
y dar vida. Lo más hermoso que hay.
No hay comentarios:
Publicar un comentario