Frustrante cosa ésta del lenguaje
que incluso la frases cariñosas se convierten en aldabonazos inmisericordes
sobre el paso del tiempo.
Hoy me tocaba revisión de ese
pequeño adminículo que llevo incrustado en el pecho. Se llama Reveal con un
nombre que quiere parecer inglés pero está hecho en Portugal. Al final se queda
en poquita cosa, una especie de pen-drive. Pero bueno dejémoslo estar que de él
ya he hablado bastante en este blog, ahora intermitente (es un blog con apneas
peligrosas). La cosa es que me tocaba revisión. En el hospital descargan sus
anotaciones sobre las arritmias y te riñen si te has pasado. Yo me había
portado bien (bueno, el corazón es el que se había portado bien, que él es muy
autónomo), así que la cosa fue de trámite. De hecho, quien me atendió fue una
enfermera, aunque bien preparada y muy habladora, con ese tono autosuficiente
de las que llevan años de oficio.
Me colocó el aparato lector,
extrajo los datos del cardio-pendrive y los analizó en pantalla. Nada, todo
bien. Solo había dos incidencia, una marcada por mí y otra por el aparatito.
Luego hizo su informe y me citó para dentro de seis meses.
Y al final, la guinda. “Y ya sabe, si le da algún mareo o un síncope
se acerca por esta consulta sin pedir cita”. Muchas gracias, le dije. “Nada, corazón, a cuidarse”, me dijo
ella. Pensé si se estaría despidiendo de mi víscera cardiaca, pero no, me lo
decía a mí. Y cuando yo salía, ella aunque mirando para otro lado, lo repitió:
“Adiós, corazón”. Me sonó chocante.
No era un corazón de esos que significa “cariño” (adiós, cariño). La enfermera no era jovencísima pero, vamos,
tampoco mayor. Yo debiera haber sentido “¡coño,
me he ligado a la enfermera!”. Pero qué va, hubiera estado bien, pero no
sonaba a eso. Más bien sonaba a trato maternal y compasivo (ya está usted mayor… cuídese, corazón).
Me encantaba escucharlo cuando se lo decían a mi padre. Sonaba bien, a juego
relacional, a enfermeras cariñosas con las personas mayores. Pero escucharlo
dirigido a mí me sorprendió. Fue un coscorrón más que una caricia.
No somos nadie, está visto. Y,
menos aún, en el hospital.
¡Señor, qué estrés! ¡Qué deterioro
progresivo de la autoimagen!
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