Pese a todo, pues bueno, he
tenido oportunidad de hacer este tránsito, casi infinito, entre dos novelas tan
distintas: El País de la Nube Blanca,
de Sarah Lark (Ediciones B) y La Delicadeza,
de David Foenkinos (Seix Barral).
El primero tiene vocación de Best
Seller y, de hecho, las últimas ediciones anuncian en la banda de portada que
lo han leído 18 millones de personas en todo el mundo. Es probable. Tiene un
segundo volumen que es la continuación de éste: “La canción de los Maoríes” que
lleva el mismo camino de éxito. El país de la nube blanca es, desde luego,
Nueva Zelanda. La novela nos cuenta una fase de las primeras épocas de la
colonización de aquellas tierras. Momentos difíciles, como todas las colonizaciones,
donde ganan los más fuertes y, con frecuencia los más depredadores.
A la autora le interesa meternos
en aquel mundo a través de las mujeres. Una serie de mujeres que llegan de
Inglaterra para casarse con terratenientes y empresarios de la lana. En un
interesante comienzo para poder ir jugando con todos los elementos que componen
el cotidiano de una tierra en construcción: riqueza y pobreza; cultura e incultura;
brutalidad y ternura; amistades y odio; clases sociales; indígenas y
colonizadores. Todo cabe y de todo echa mano, y bien, Sara Lark. Pero como
decía, lo que más llama la atención es el mundo femenino y la forma en que es
tratado. Desde las chiquillas del orfanato inglés que son enviadas a la colonia
para ser entregadas a familias de colonizadores. Terrible destino el de algunas
de ellas. Más terrible aún si quien hace de intermediario es un pastor
protestante que, se supone, debería ser su valedor. Pero el destino es
igualmente duro para las otras mujeres que llegan de Inglaterra, ellas con más
pedigree y destinadas a sujetos, supuestamente, mejor colocados en la sociedad.
Se ven enfrentadas a situaciones casi insufribles de presión por parte de sus
maridos, suegros e incluso hijos. Una cultura machista demasiado arraigada como
para poder disfrutar como se merece de la vida y los paisajes que ofrece la
isla Mayor.
Por eso, saltar de Nueva Zelanda
a Francia con La Delicadeza ha sido como pasar del purgatorio al cielo. Ya
había visto la película y la comenté en este blog. Y en aquella ocasión me
había quedado con la duda de qué entendía Foenkinos por delicadeza. El que una
mujer que ha perdido a su marido y pasa por una fase depresiva intensa vaya
poco a poco recuperándose y, en ese proceso, descubra a un colega sueco con el
que se siente bien, resulta una historia agradable. Lo del beso casual e
imprevisto e irracional (biológico, dice ella) resulta interesante. Pero era
menos claro, qué había en todo ello de delicadeza. Claro que uno ya sabe lo que
no es delicadeza: tras leer la novela de Nueva Zelanda queda claro como allí,
salvo excepciones, se producía una ausencia total de algo parecido a la
delicadeza. Pero tampoco era fácil ver en la película dónde estaba la
delicadeza. Así que me metí con gusto en la novela escrita para ver si allí
encontraba más información.

La segunda cosa interesante de la
novela es que está llena de ese tipo de frases que te atrapan. Me encantan las
novelas capaces de conseguir eso, que te pares en una frase a saborearla por lo
que dice, por cómo lo dice o por cómo es capaz de reflejar o conectar con
sentimientos que tú mismo posees. Son como las guindas de un pastel. Cuando
llega alguna de esas frases, yo doblo la página del libro por su parte inferior
(doblarla por la parte superior significa que llegaste hasta allí leyendo). Sé
que es un crimen para el libro pero resulta práctico. Lo malo es que cuando uno
llega a libros como éste, hay tantas dobleces inferiores en las páginas del
libro que aquello acaba pareciéndose a un acordeón. Muchas ideas preciosas son
las que aparecen en el libro. He recogido aquí algunas (entre paréntesis, la
página):
Textos de La Delicadeza
·
Te echo de
menos. Pronunció esa frase mirándola fijamente. Con esa clase de mirada
demasiado intensa que incomoda. En los ojos, el tiempo se hace interminable: un
solo segundo es como una eternidad (50).
·
Definición de la palabra delicadeza (Dic.
Larousse):
Delicadeza n.f. 1.- Hecho de ser delicado. 2.- Estar en una
situación de delicadeza: no llevarse bien con alguien, mantener una relación
fría y distante. (51)
·
Definición
de la palabra “Delicado” (Dic. Larousse)
Delicado/a (del latín delicatus). 1. Muy
fino; exquisito; refinado. Un rostro de rasgos delicados. Un perfume delicado.
2. Que manifiesta fragilidad. Salud delicada. 3. Difícil de manejar, escabroso.
Situación, maniobra delicada. 4. Que manifiesta gran tacto o sensibilidad, Un
hombre delicado. Una atención delicada. 5. Difícil de contentar (peyorativo).
(53)
Está claro que
la idea de delicadeza tiene que ver con la 4 acepción de “delicado”: algo que
tiene que ver con el tacto y la sensibilidad. Lo contrario de lo que sucedía,
en general, en Nueva Zelanda y algo de lo que sí dejaba entrever Markus el
compañero sueco de Nathalie. De todas formas, tampoco así me queda demasiado
claro, qué se supone que hace un hombre delicado (qué hace con las mujeres,
porque de eso se trata, supongo; también las mujeres deberían ser delicadas con
los hombres y unos y otros con los del mismo sexo, pero da la impresión de que
esos aspectos se atienden menos). ¿Markus era delicado porque no presionaba?
¿Lo era porque le dejaba a ella llevar el protagonismo de su relación? ¿Por qué
manifestaba fragilidad (acepción 2 de la palabra delicado)?
·
En el
fondo, había soñado con ese momento, había soñado con que su marido la tocara,
había soñado con que dejara de pasar a su lado como si ya no existiera. Su vida
en común era como un entrenamiento cotidiano para el no ser. (64)
Un
entrenamiento cotidiano al no ser. Terrible definición de la forma de vida de
algunas parejas. Tan obsesionado estaba Charles, el jefe de Natalie con ésta
que se había olvidado de su mujer hasta que el rechazo de Nathalie hace que
vuelva los ojos de nuevo a su esposa, que la toque, incluso sin delicadeza (y
parece que eso era lo que ella llevaba esperando mucho tiempo). ¿Bastaría?
·
A veces es
mucho más emocionante recuperar un viejo amor que descubrir uno nuevo. Y luego
la agonía se había reanudado despacio, como una risa malévola. ¿cómo habían
podido creer que volvían a quererse? Aquello había sido una transición, un
paréntesis en forma de desesperación disfrazada, una ligera llanura entre dos
montañas patéticas. (152)
Aunque
bastantes páginas más adelante, Foenkinos responde que no se recupera lo que se
había perdido, no hay segundas partes (buenas). Charles no recuperó a su esposa
tras el rechazo de Nathalie. Ese redescubrimiento es pasajero, enseguida
comienza la agonía. Como dice Sabina en una de sus canciones después de una
noche intensa, con el desayuno llega la “guerra fría”. Terrible perspectiva
pero lindamente dicha: una ligera llanura entre dos montañas patéticas.
·
Hay en el
duelo una fuerza contradictoria, una fuerza absoluta que lo propulsa a uno
tanto hacia la necesidad de cambio como hacia la tentación morbosa de la
fidelidad al pasado. (66)
·
Nathalie
llevaba tres años desmenuzando su vida en el vacío. Le habías sugerido a menudo
que se separara de sus recuerdos. Tal vez fuera esa la mejor manera de dejar
vivir el pasado. Nathalie le daba vueltas a esa expresión “separarse de los
recuerdos”. ¿Cómo se abandona un recuerdo? En lo que a los objetos se refiere,
había aceptado la idea (73)
Ella había
perdido a su marido, alguien que la abordó directamente en la calle porque le
había parecido maravillosa. Eso la deslumbró a ella. Después fueron felices
hasta que él murió. Y llegó el duelo. Precioso como lo describe como una lucha
entre la necesidad de cambio y la fidelidad al pasado, como la necesidad de “separarse
de los recuerdos” y la necesidad de conservar aquellos que nos mantengan vivos.
·
No había
nada que decir. Nuestro reloj biológico no es racional. Es exactamente como la
pena de amores: no sabes cuándo se te pasará. En el momento más crudo del
dolor, piensas que la herida siempre estará abierta. Y, de pronto, una mañana
te extrañas de no sentir ya ese peso horrible. Qué sorpresa darse cuenta de que
el dolor ya no está. ¿Por qué ese día? ¿Por qué no uno más tarde, o antes? Es
la decisión totalitaria de nuestro cuerpo. (86)
Otra
descripción magnífica del dolor por las pérdidas y las rupturas. Siempre supuse
que era imposible perder familiares o amigos, romper relaciones, pasar página.
Luego vives tu propio drama, escuchas lo que te van contando y ves que no es
imposible y hasta resulta necesario. Eso sí hay que dejar tiempo al cuerpo,
atender ese reloj biológico.
·
Reflexión
de un pensador polaco.
Hay gente fantástica
a la que se conoce en un mal momento.
Y hay gente que es fantástica
porque se la conoce en el momento adecuado.
(89)
¿Qué decir?
Supongo que lo primero es verdad, pero tiene poco impacto porque si estás en un
mal momento lo que sucede fuera de ti apenas si te deja huella. Pero pudiera
ser. Lo segundo es absolutamente real. Y es lo que nos salva a quienes no somos
tan fantásticos. Que a veces, consigues que alguien te vea así porque
apareciste en un buen momento. Es la historia de Markus en la novela. Y la de
todos los markus que vamos moviéndonos por la vida con la esperanza que en
algún lugar aparezca ese cartel de “momento adecuado” y, entonces, la rana se
convierta en princesa.
·
Todo iba
saliendo exactamente igual que en su primera velada. Se repitió el mismo
embrujo y más intenso todavía. Markus manejaba la situación con elegancia.
Mostraba una sonrisa lo menos sueca posible; era casi una sonrisa española.
Encadenó una serie de anécdotas sabrosas, alternando sabiamente las referencias
culturales y las alusiones personales, logrando así pasar de loa universal a lo
íntimo con soltura. Desplegaba sin exceso el saber hacer del hombre sociable
(121).
Un consejo
interesante para la seducción. Hay que poner una sonrisa española. ¿Qué
entenderá Foenkinos por “sonrisa española”? Espero que no sea una de esas
risotadas destempladas aunque contagiosas con las que de vez en cuando
quebramos todos los silencios. De todas formas a mí me encantan, así que eso
que tendría ganado. Luego hay que saber combinar con equilibrio anécdotas
generales (de políticos estará bien, pues de esas tenemos muchas; quizás de
autores famosos, de países que uno haya visitado… no es difícil) y referencias
personales (mucho más complicado esto, pues o te pasas o te quedas corto y, en
ambos casos, vas jodido).
·
Tienen una
manera de no hablarse de lo más elocuente. (134)
En su caso era
bueno, pero por lo general suele ser tremendo. Pero es una imagen de lo más
clarividente.
·
Uno nunca
debería tratar de evitarse un dolor potencial. (…) Tenía ganas de partir hacia
un destino desconocido. Nada era trágico. Sabía que existían transbordadores
entre la isla del dolor, la del olvido y aquella, más lejana todavía, de la
esperanza. (141)
No hay amor sin
dolor, decía el otro. Probablemente no haya nada bueno que no conlleve algo
malo. Eso le pasaba a Markus, enamorarse de Nathalie era un viaje a lo
desconocido con muchas probabilidades de desgraciarse. Pero al tío se le
ocurrió la metáfora del trasbordador y se relajó. Una idea estupenda.
·
En una
historia de amor, el alcohol acompaña dos momentos opuestos: cuando se descubre
al otro y hay que narrarse uno mismo, y cuando ya no hay nada que decirse.
(144)
Eso puede ser
verdad, si se toman cantidades abusivas de alcohol. Pero tampoco viene mal, en dosis adecuadas, entre
una y otra etapa. Sobre todo porque alegra el tránsito. Y ayuda a decirse.
·
Los
abuelos no suelen acompañar la felicidad embelesada de ver a los nietos con
grandes parrafadas. Unos a otros se preguntan cómo están y, enseguida, se sumergen en el placer sencillo de estar
juntos, sin más (207)
Esto casi no venía
a cuento, pero es una idea de mucha clarividencia. Hombre, no está mal hablar, sobre todo porque después,
cuando se van los nietos lo echas de menos (mucho más tú que ellos). Pero,
probablemente, el mayor placer es, efectivamente, ese placer sencillo de estar
juntos.
----------------------------------------------------------
Bueno, lo mío había comenzado por
querer contraponer dos novelas tan diferentes entre sí, pero me encontré con
textos tan sugerentes de La Delicadeza que no he podido resistir la tentación
de citarlos y comentarlos. Sigue sin quedarme demasiado claro qué significa “ser
delicado”, sobre todo aplicado a los hombres en su relación con las mujeres. Es
obvio que los personajes de Sara Lark en Nueva Zelanda eran muy poco delicados
(algunos, unos auténticos hijos de puta); Foenkinos trata de convencernos de
que Markus lo era. Probablemente sí, pero creo que su encanto se debió más a
que apareció en el momento adecuado (lo que le convirtió en un tío fantástico)
que al hecho de hacer gala de especiales dotes de delicadeza.
En todo caso, tenemos (tengo)
mucho que aprender al respecto. Porque es curioso cómo una mujer (Sara Lark)
trata las relaciones entre hombres y mujeres, describiendo ella la
indelicadeza, y cómo un hombre (David Foenkinos) trata las relaciones hombre
mujer, poniendo el punto él en la delizadeza. Dos perspectivas bien distintas.
Me gustaría imaginarme cómo hubieran afrontado la situación cada uno de ellos
situados en la historia del otro: Foenkinos planteando las primeras etapas de
la colonización de Nueva Zelanda y Sara Lark describiendo la historia de
Nathalie con Markus.
No hay comentarios:
Publicar un comentario