
Es una película francesa del 2011 pero estrenada este año en España. Me
llamó la atención que salieron a la vez el libro y la película, con el acierto
de que al comprar el libro te regalaban una entrada para ver el film. Entrada
que perdimos, obviamente (valía solo para los jueves), pero que me pareció un
detalle “delicado”.
La historia es sencilla. Probablemente no sea tan real (la vida,
habitualmente no suele ser delicada) pero eso es lo que la hace bella, su capacidad
para ver la vida desde otra perspectiva más amable de lo que suele mostrarnos
la experiencia. Hace unos días, en Chile, me trataban de explicar por qué tiene
tanto éxito una universidad muy cara. Es que los padres, me decían, prefieren
pagar más y que sus hijos estudien rodeados de otros chicos y chicas de clase
alta. Así se emparejan entre ellos. Vamos, lo mismo que sucede en los
campamentos de verano de elite o en las discotecas chic. Es todo un sistema
para que los ricos acaben junto a los ricos y los guapos junto a los guapos.
Una selección social de los más deseables. Que a veces se rompa ese proceso con
excepciones, es lo que hace interesante la vida. De eso trata La Delicadeza.
La Tautou (que está preciosa, aunque un poco flaca de más) pertenece a la
clase de las guapas, con su novio guapo y su entorno guapo. Para hacer una película romántica le hubiera bastado a
Foenkinos, el director, con eso. Ayer mismo, al regresar del cine, estaban
pasando por la tele Nothing Hill y de eso se trataba: chico guapo (Hugh Grant)
conoce a chica guapa (Julia Roberts) y ambos van pasando por situaciones
divertidas. Pero La Delicadeza busca otro camino, tipo Cenicienta pero al
revés. ¿Cómo romper ese proceso de selección natural y social casi
predeterminado? Que la cosa no es fácil queda a la vista en la película, donde
los guionistas tienen que dar una especie de salto en el vacío, como si se
tratara de un milagro o una ruptura de la lógica para que las cosas comiencen a
tomar otro giro: ella que en “acto irracional” se lanza a besar al primero que
entra por la puerta de su despacho. Rota la línea lógica del destino, otro tipo
de acontecimientos pueden pasar.
La verdad es que la película es todo un canto de esperanza para todos
aquellos a los que la naturaleza no nos ha situado en ese grupo de los
guapos-pijos. Para ellos y ellas todo es bastante fácil, al menos al principio.
El reparto de las cartas y los valores es bastante desigual: su jugada se ve
enseguida (unas hechuras llamativas, una melena estupenda, una ropa pija para
que vaya con el conjunto; un pico de oro; un comerse la vida porque se la han
dado siempre bastante masticada). A los otros, el proceso se les hace más
cuesta arriba, sus buenas cartas están casi siempre ocultas y sólo las descubre
quien es capaz de superar esa fase ilógica inicial de hacer caso omiso a los
cantos de sirena de los pijos-guapos.
No sé si la película va por ahí, la verdad. Pero el caso es que la Tatou
pierde a su novio pijo-guapo (y simpático). Un tío estupendo con el que habría
podido hacer una peli romántica aceptable. Al perderlo se rompen todas sus
expectativas y se hunde en un profundo pozo. Lo habitual. Situación que el jefe
de la empresa en la que trabaja (otra subespecie de los pijos-guapos, pero en
este caso, además, presuntuoso y acostumbrado a conseguir todo lo que quiere)
provecha para lanzarle los tejos con sus mejores armas (su pico de oro, su
melena al aire, su Visa Oro y unas cenitas en restaurante chic). No se puede decir que no sea delicado.
Luego, en medio de la crisis, aparece el sueco del equipo para analizar con
ella el expediente 114. Una cosa anodina, ciertamente, y de lo más pedestre. Y
el tipo, alto, desgarbado, con cuatro pelos, sin facilidad de palabra ninguna,
se queda en la puerta esperando humildemente que su jefa le permita adelantarse
a la mesa y sentarse tras ella para comenzar el trabajo. Ahí es donde se le
cruzan los cables a la Tatou y comienza un proceso sin sentido, sin lógica (sin
la lógica habitual). Ella ni se da cuenta de lo que hace y él debe pensar que
su jefa se ha vuelto loca. Pero, visto en perspectiva, algo así hace falta para
que se rompa la narrativa convencional y otra historia comience.
¿Es indelicado el jefe que pretende acostarse con ella y ayudarle a superar
el duelo? ¿Es delicado el sueco que se ve atrapado en un sueño en el que en sus
horas cuerdas ni se habría atrevido a soñar? Bueno, ambos usan sus recursos. La
principal diferencia es que el primero cree que se merece lo que pretende y
trata de conquistarlo. Va a satisfacer su deseo y, por tanto, él mismo se sitúa
en el centro de la acción y de la propuesta. Pero no es indelicado (salvo ese
toque de prepotencia e impaciencia con que trata a la chica de sus sueños). Su
delicadeza va por otra vía: se expresa en el restaurante al que la lleva, en la
cosecha del vino que pide para ella, en el perfume que seguramente le regalaría
o en el viaje al que le invitaría a ir juntos. Es un tipo de delicadeza. La
delicadeza del sueco es más interna. Él no se ve como protagonista de la
historia, le concede a ella el protagonismo. Lo rico de la situación no está
fuera de la propia relación: lo importante no es dónde van (¡un chino, por
dios!), qué comen, o qué regalos le hace. Lo importante es que aquella mujer y
lo que le hace sentir le ha sacado de sus casillas, que casi no sabe qué decirle
y que, llegado un momento, él mismo desaparece porque en su universo sólo
existe ella. Alguna vez leí que en una relación lo importante no es quién es el
otro, sino lo que te hace sentir.
Dos tipos de delicadeza. Supongo que habrá mujeres que prefieran una de
ellas y otras que prefieran la otra. Pero los dos llevan con dignidad su propio
papel. Los dos sufren por lo que sienten. El jefe se muere de celos y va
chapoteando en el agua de su propia ansiedad como un naufrago que se ahoga. El
sueco lo lleva con más calma, quizás porque no acaba de creerse que una cosa
tan estupenda le haya pasado a él. Pero es un buen tipo. No es frase suya,
porque ya la conocemos desde hace tiempo, pero sienta bien aquello que dice de
Tatou cuando le pregunta el otro qué es lo que le gusta de ella. Lo que más me
gusta, le dice él, es que cuando estoy con ella me hace ser “la mejor versión
de mí mismo”. Magnífico, tío.
De todas formas, me quedo sin saber qué ha querido decir Foenkinos sobre la
delicadeza. Entiendo que no es delicado el jefe cuando le hace proposiciones
crudas (de todas formas, dicen algunas, que a ellas les gusta que les vayan de
frente), pero tiene su toque cuando le pide que descanse, cuando soporta con
resignación sus desplantes y escucha paciente su frialdad. Es un pijo pero con
clase: no la amenaza, no la desconsidera, no trata de forzar la situación. En
el caso del sueco, yo le veo más paradito que delicado. Es ese tipo de
delicadeza temerosa, como quien está manipulando una pieza de porcelana de gran
valor, que además no es tuya, y temes que se te rompa. Una delicadeza insegura
y poco creativa, sosa. ¡Mira que llevarla a un chino, en Francia!
En fin, no sé. Tendré que leer el libro para ver si capto mejor qué
moraleja quiere señalarnos Foenkinos que es, además, el autor de la novela. Lo
hago por la cuenta que me trae. Como nunca fui del grupo de los pijos-guapos,
solo me queda reforzar el flanco de la delicadeza, si no a ver de dónde…
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