

Se trataba, también de un congreso sobre educación. Él participaba en un taller para profesores de Educación Infantil. Se trataba de ir experimentando sensaciones y texturas de diverso tipo. Según contó, les taparon los ojos y les señalaron que deberían recorrer un pequeño laberinto en el que se encontrarían con objetos y situaciones de muy diverso tipo que podían tocar y tratar de identificar analizando, a la vez, las emociones que cada una de ellas les producía.
La experiencia fue alucinante, según la iba contando. Se encontró las más inverosímiles cosas: plantas, objetos, animales, personas, olores, sonidos. Tocaba y sentía con precaución temeroso de encontrarse con elementos peligrosos. Pero no era el caso. Cuanto más avanzaba más se iba emocionando de cómo los estímulos externos que a veces no valoramos son hermosos y tienen su propio lenguaje, su textura, su mensaje. Y así, tras casi 20 minutos de sensaciones, llegó al final. Era una sala donde las organizadoras los iban sentando, sin sacarse la venda de los ojos en una especie de círculo. La habitual asamblea que se hace en las clases de niños pequeños para contar las propias experiencias.
La experiencia fue alucinante, según la iba contando. Se encontró las más inverosímiles cosas: plantas, objetos, animales, personas, olores, sonidos. Tocaba y sentía con precaución temeroso de encontrarse con elementos peligrosos. Pero no era el caso. Cuanto más avanzaba más se iba emocionando de cómo los estímulos externos que a veces no valoramos son hermosos y tienen su propio lenguaje, su textura, su mensaje. Y así, tras casi 20 minutos de sensaciones, llegó al final. Era una sala donde las organizadoras los iban sentando, sin sacarse la venda de los ojos en una especie de círculo. La habitual asamblea que se hace en las clases de niños pequeños para contar las propias experiencias.
Creí que ya había acabado la historia. No estaba mal para introducir la necesidad de enriquecer los registros cognitivos y sensoriales de los niños y niñas pequeños. Pero me equivoqué. No estaba hablando de Pedagogía, hablaba de él mismo. Y su historia apenas acababa de comenzar.

Lo mejor, dijo, fue cuando nos quitaron la venda. Tenía delante de mí la mujer más hermosa que jamás hubiera podido imaginar. Una vestal romana. Vestía una túnica blanca del cuello a los pies, era esbelta con una melena rubia espectacular, tez clara, ojos azules intensos y esa mirada limpia y profunda que te atrapa con su fuerza magnética. Casi pierdo el sentido, confesó. Creí que había despertado en el cielo y que me recibía el más hermoso ángel de la corte. No era alguien a quien pudieras desear con deseos humanos, era una aparición, un sueño. La perfección hecha mujer. Tardé en recuperarme. Y saben ustedes, han pasado más de 5 años de aquello y aún siento que mis ritmos vitales enloquecen cada vez que me acerco a estas tierras y las veo a ustedes y puedo admirar de nuevo esa admirable fusión perfecta entre genes y naturaleza que las hace a ustedes tan hermosas. Espero sepan disculparme si pierdo el hilo durante mi conferencia.
Yo lo miraba con ojos incrédulos y con una pizca de envidia. Un día de estos me he de apuntar a un cursillo, pensé para mí.
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