lunes, enero 21, 2008

De pasiones y celos.

Tras el maratoniano fin de semana que ya conté, tocaba cine para relajarse y volver a retomar el ritmo de lo cotidiano. Y así fue que acabamos en Expiación, más allá de la pasión. Ése es el título. Sugerente, aunque genera expectativas que tienen poco que ver con el contenido del film. Uno se figura una película de pasión y sexo (una especie de obsesión perversa) en la que los amantes acaban pagando un alto precio por su locura. Pero no sucede nada de eso. Hay más expiación que pasión. Muy british en su estética, derrocha sensibilidad y gusto por la naturaleza y el lujo muy al estilo de una gran historia costumbrista inglesa.
Una gran película, en todo caso. De esas que merece la pena ver aunque sepas que vas a salir de ella desasosegado. Además siendo un trabajo de Joe Wright, el mismo de Sentido y Sensibilidad, ya no hay mucho más que añadir. Además, la historia está basada en un bestseller americano que ha sido muy bien adaptado (quizás exagerando un poco los tintes dramáticos de la historia) por Christopher Hampton. La estructura que ha dado al film, donde todo cobra sentido al final, es lo propio de las obras maestras. Los actores Keira Knightley, James McAvoy son excelentes aunque sus personajes acaban resultando un poco rígidos y difíciles de creer. No es fácil identificarse con ellos.

Formalmente la película es preciosa, con ese toque inglés que te cautiva en los paisajes, en las mansiones, en ese cierto amaneramiento del trato, en el propio lenguaje cuidado hasta el detalle. La historia es todo un drama muy bien contado, con pasos adelante y atrás que te hacen mantener la atención y rompen la monotonía. Una niña rica e imaginativa (Briony: Romola Garai) que fantasea amores con el hijo de su criada y se aterroriza cuando ve que se enrolla con su hermana. Su propio terror y frustración le lleva a acusarlo de un crimen que no ha cometido y alterar trágicamente la historia de amor que se estaba iniciando. Él ira a la cárcel y para librarse de ella a la guerra. La hermana mayor sigue muy enamorada y también se enrola como enfermera, lo mismo que la hermana pequeña que enfrentada a los dolores de la guerra descubrirá la tragedia que sus celos han provocado. Y para expiarlos escribe una historia donde para expiar la tragedia transforma los hechos en una historia romántica. Pero hay cosas que no se pueden expiar. Ni siquiera en la magnífica secuencia que la Vanessa Redgraves nos regala al final del film.

¿Y qué decir? Poco. Los grandes dramas tienen eso. Cuentan historias eternas, pero lejos de lo cotidiano. No resulta increíble que una niña pequeña fantasee con un joven apuesto; ni lo es, tampoco, que pueda construir (incluso inconscientemente) una historia para perjudicarlo como venganza por su pérdida (en el fondo es el argumento de todos los maltratos: si no eres mío no lo serás de nadie), pero ya es menos creíble que la gente se lo acepte sin más y que eso sea el inicio de una debacle tan terrible en la historia de los afectados. Ves tanto sufrimiento en cada secuencia que se te hace desproporcionado. He leído que los protagonistas comentaban de sus papeles que les habían gustado mucho porque “los amores más profundos son los amores truncados”. Podría ser, pero es como si la historia, de puro grandilocuente, te dejara fuera de ella misma, como un mero espectador que se deja contar una historia trágica.

En el fondo se habla de celos. Pero de esos celos que parecen una maldición de los dioses en la mitología griega. Y se habla de pasión, pero de una pasión tan llena de sufrimiento y grandilocuencia (es puro espectáculo las escenas del ejército en la playa, o la reiteración de escenas de hospital) que te deja un poco frío. Uno sale de la película habiendo aprendido poco. Ni siquiera te apetece llorar porque hasta parecería cursi y ñoño en medio de tanto drama.

Y sin embargo, lo dicho, es toda una lección de cine. Y con muchos méritos para llevarse más de un globo de oro y algún que otro oscar.

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