miércoles, agosto 01, 2007

Los otros silencios


Hablaba el otro día de los silencios pesados, difíciles de llevar, esos que crean fracturas entre la gente (o son el síntoma de que la ruptura está ahí).
Pero hay también silencios otros silencios. Silencios pacificadores, constructivos, necesarios.
Debe ser la edad, pero cada vez agradezco más el silencio. Soy incapaz de soportar una conversación excesivamente larga, a alguien muy hablador o a un grupo muy tumultuoso. Cuando algo así sucede, salta mi termostato y mi cabeza se desconecta. Es como si se produjera un calentamiento excesivo de mis neuronas (las dos o tres que quedan activas) y precisaran descansar un momento. Son los silencios en el regate corto, en el tú a tú. No siempre son bien vistos por tu interlocutor, ni tienen buena fama, sobre todo entre los jóvenes tan necesitados de decir y decirse cosas. Ir en el coche con otra persona sin necesidad de tener que darle conversación; estar sentado cerca de alguien y ser capaz de entenderte con él o ella en silencio; pasear junto a alguien y poder ir pensando en tus cosas sinque él/ella se moleste; estar comiendo en un restaurante con alguien a quien quieres y que te gusta y que el nivel de aprecio o contento no tenga que medirse por lo fluido de la conversación (claro que en esos casos hay silencios y silencios: hay algunos que expresan una apatía infinita o una indiferencia total, como si el otro no existiera o fuera invisible para ti). Por el contrario, qué interesantes son las conversaciones llenas de silencios, cuando basta un gesto para entenderte, cuando te están diciendo cosas con la mirada, con los gestos. Antes, yo mismo tenía mis dudas con respecto a esas situaciones y tendía a hacer atribuciones negativas sobre la relación de quienes no se hablaban (¡pobres, pensaba para mí, cómo son capaces de soportar tanto silencio, debe irles fatal!). Ahora, llego a encontrar un cierto encanto en la situación. Sobre todo cuando se trata de un silencio cómplice fácil de llevar (no se les ve tensos, ni distantes del otro, ni huidos de la situación).


También hay buenos silencios de “larga distancia”. Hay amigos y amigas con los que no es necesario hablar frecuentemente. Sabes que están ahí y que cuando, tras un largo periodo de no saber nada de ellos, vuelvas a contactarlos será como retomar una conversación que se hubiera dejado abierta la tarde anterior. Sólo pasa con los buenos amigos, es cierto. Si son más que amigos la relación precisa alimentarse con asiduidad; si son amigos ocasionales lo poco que hay en común se va desvaneciendo y,al final, se hace muy cuesta arriba volver a la relación porque es, casi, como tener que reiniciarla.

También hay silencios “ecológicos” que te condicionan la satisfacción en lo que estás haciendo. Nada más estresante y perturbador que ir al cine y que te toque al lado alguien con un enorme embase de palomitas. Lo de las pipas era peor, desde luego, porque además escupían. Para suicidarse. O querer escuchar música entre ruidos o conversaciones. O leer. O estudiar. Hace algún tiempo hasta escribí sobre la “pedagogía del silencio”. Volveré a insistir en ello ahora en el libro de Didáctica universitaria. Sé que hay gente a la que le gusta el ruido, o los sonidos intensos que te quiebran el cerebro como un percutor (por eso odio los conciertos con millones de vatios) pero no me convencen, aunque me digan que soy un muermo.

En fin, cosas de la edad, como decía.

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