miércoles, marzo 12, 2025

 AMAL


 Como cada marzo, desde hace 4 años, comienza en el Ateneo de Santiago nuestro ciclo de cine educativo CINEDUCA. Serán tres semanas intensas de cine y reflexiones sobre educación.  Este año el ciclo está organizado en torno a ltema de Cine-Educación y Ciudadanía. Un hermoso y complejo tema que resulta central para la educación de nuestra época y que forma parte de la razón de ser de una institución civil como es el  Ateneo de Santiago.

Y así, con Pepe Armas como  maestro de ceremonias, hemos comenzado el CINEDUCA 2025 con una película potente y dura, AMAL, película belga dirigida por Jaward Rhalib, que también es autor del guión,  junto a David Lambert y Chloé Leonil. El director, nacido en Marruecos en 1965, se formó en Comunicación en la Univ Católica de Lovaina y ejerció de periodista antes que dedicarse a hacer cine. En este campo, se ha especializado en documentales que ponen sobre el tapete filmográfico situaciones complejas a las que los árabes deben hacer frente, bien sea por razones religiosas (Los tiempos en que los árabes danzaban, 2018; Amal, 2023), o económicas (El Ejido, la ley de la ganancia, 2007). Tiene su mérito esta actitud de Jaward que tuvo que acudir con escolta al festival de Toronto  donde se presentó la película.

Está protagonizada por la actriz Lubna Azabal que se encarna plenamente en su personaje y desarrolla un trabajo fantástico y lleno de matices. Es tan real y expresivo su trabajo que te mete de lleno en la situación hasta casi hacerte olvidar que es una película: la vez sufrir, agobiarse, perder el control, sentir miedo y dolor físico. Le acompañan otros actores que funcionan, igualmente a buen nivel: Kenza Benbouchta, en el papel de Monia es, también, muy creíble en sus silencios, su rebeldía, su desamparo. Fabrizio Ronglone, como imán; Catherine Salée, como directora; Babetida Sadjo, como docente colega, Johan Heldenbergh como esposo.

Técnicamente, la película es correcta. La imagen es buena con el toce de proximidad y realismo que le otorga el haber sido filmada con la cámara moviéndose. El ambiente de la clase y pasillos del colegio le añade ese plus de espacio cerrado y luz de interior que incrementa la sensación de tensión tanto en las discusiones y peleas en el aula, como en las reuniones de profesores y padres. Da pocos  momentos de descanso con espacios más abiertos o apacibles. Apenas aparece la música y sí momentos de silencio pesado. 

 Es la historia de una profesora de literatura en el Instituto de un barrio de Bruselas habitado preferentemente por inmigrantes musulmanes. También la profesora es musulmana pero se ha alejado de las constricciones que el islam radical profesa y trata de abrir la  cabeza de sus estudiantes a una visión de la vida más amplia. El problema se recrudece cuando algunos compañeros de clase acusan a otra de ser lesbiana, algo que el islam no tolera. La profesora, que enseña literatura, trata de contraponer esa visión condenatoria de la diversidad trayendo a clase la obra de un poeta musulman del S.VIII que también era homosexual sin poder manifestarlo. Sus versos crean una gran conmoción tanto en la clase como en las familias de los estudiantes y se produce una escalada imparable del conflicto que es ideológico, cultural y educativo.

Desde esa perspectiva, lo que cuenta la película entra de lleno en la temática de nuestro ciclo: la ciudadanía. Lo que está en discusión en la clase son elementos centrales en lo que se refiere a la construcción de la ciudadanía y la convivencia entre las personas: el papel de la libertad y el respeto mutuo más allá de las creencias que se tengan.

La perspectiva educativa de la película nos sitúa ante el permanente problema de la gestión de las creencias en la educación de las personas. Las escuelas nacieron, en realidad, para eso: para generar consenso social e integrar a los sujetos en unas creencias y conocimientos compartidos.  Y la educación es, por naturaleza, un sistema organizado para influir en los sujetos y orientarlos en la dirección marcada por la sociedad a la que pertenecen. Lo interesante en la historia de la educación es que, en la mayor parte de las sociedades, esas creencias en torno a las cuales, las escuelas pretenden modelar a sus alumnos han ido variando hacia versiones más abiertas a la libertad individual y menos dogmáticas. Y ha sucedido, también, que al ir profesionalizándose la función docente y ganando en autonomía el profesorado, las escuelas han dejado de ser meros sistemas de transmisión de la cultura del medio, para generar una cultura más propia y articulada en torno a creencias que no siempre coinciden con las del entorno al que sirven. Y ahí surge el conflicto. Las escuelas nunca serán “oasis” libres de influencias del contexto (eso es una aporía, algo imposible), pero sí pueden llegar a ser espacios con autonomía (que nunca será mucha) para promover otras creencias y/o someter a crítica algunas de las creencias imperantes  en su entorno (la función “termostato”, lo denominaron Postman y Weingartner).

Esas creencias, sean políticas, culturales o religiosas, siempre están ahí.  Pueden ser unas u otras, de un color u otro, pero para las escuelas el  dilema será siempre el mismo:  aceptarlas sin discusión y acomodarse a ellas para evitar conflictos; o hacer uso de su escasa autonomía y someterlas a debate desde los parámetros de racionalidad de su propio proyecto educativo. Y no es un empeño fácil, ni exento de riesgos. Riesgos que aumentan, obviamente, cuando esas creencias (políticas o  religiosas) son dogmáticas, autoritarias e impositivas porque entonces, la escuela se convierte en una estructura revolucionaria y contracultural. Es por eso que las revoluciones gustan de eliminar a los profesores de la etapa anterior y poner los suyos.

Eso es lo que sucede en AMAL. No se ve que la escuela pretenda ser revolucionaria en su oposición a las creencias del entorno, pero sí asume ese riesgo una de sus profesoras. Su empeño es luchar contra el dogmatismo esclavizador que profesan ciertas visiones del islam al tratar de someter a control todas las facetas de la vida de las personas y a condenar, perseguir y hasta la agredir a quienes no las sigan. Ella no lo puede aceptar.

En este caso es el islam reaccionario, en otros serán las creencias políticas de regímenes autoritarios, o ciertas posiciones culturales dominantes, o grupos de presión que busquen imponer sus ideas. Al final, la escuela siempre va a estar en ese cruce de direcciones tratando de buscar su propia orientación sin perecer en ello. Una ciudadanía basada en la libertad de pensamiento y en el respeto al otro es la condición básica con la que la escuela ha de desarrollar su función educadora.