domingo, agosto 25, 2024

¿CUANTO HAS AMADO?


 Uff! Finalmente he conseguido domeñar, a medias, esta apatía profunda en la que se ha asentado mi organismo y, a trancas y barrancas, he podido sentarme ante el ordenador, aunque sin tener claro si seré capaz de trenzar unas pocas frases que reflejen este verano confuso y cabrón.

En los informes meteorológicos de la tele han ido anunciando con cierta frecuencia que tendríamos calima y que los cielos aparecerían anaranjados y sucios por la arena del desierto que se desplazaba por las capas altas de la atmósfera. Me parece una buena descripción de mi verano. Y deberían advertir los expertos, la necesidad de cuidarse cuando eso suceda porque la respiración se hace más fatigosa y se siente un notable agobio.

Los veranos deberían ser luminosos y tranquilos (o excitantes si eso es lo que te pide la edad y el cuerpo), pero es un contrasentido que el tiempo de descanso que nos concedemos se convierta en una nueva fuente de estrés. La cosa ya comenzó mal con el fallecimiento de Vicente en el mes de Julio. Perder a alguien tan cercano a ti es como recibir un golpe que te deja K.O. y comienzas a moverte como pollo sin cabeza. Por fuera parece que todo sigue igual, pero es pura apariencia. Por dentro estás raro, te queda como un socavón enorme que no sabes cómo llenar y un descoloque generalizado. El peor estado para que, a más a más, sigas recibiendo malas noticias médicas y el susto de otras muertes próximas de familiares de amigas.

La verdad es que todas las muertes acaecidas eran esperadas, pero eso no les resta dramatismo porque esas pérdidas superan siempre lo racional y se te meten dentro generando un vacío inmenso. Inés perdió a su madre y a su hermano en el plazo de unos pocos días. Ángeles perdió a su madre. Y nosotros a Vicente, claro. Son muchas pérdidas para un verano que, por otro lado, ha sido bueno en Coruña, con muchos días de baño y unos pocos de txirimiri para que no nos olvidemos de que esto es Galicia.

Me gustó mucho el funeral de Elisa Latas, la madre de Ángeles. Lo presidía Don Julio Parrilla, obispo emérito de Riobamba, una diócesis de Ecuador. Hizo un bonito sermón, lejos de las lamentaciones habituales en estos actos. Y volvió sobre una de esas ideas hermosas que figuran en las tradiciones indígenas (lo he mencionado en alguna entrada de este blog, pero ahora no recuerdo el origen): la pregunta que nos harán al morir, decía el obispo, es bien simple, “¿cuánto has amado?”. Y, la verdad, reconforta el pensar así la muerte. Más allá de sus muchos otros méritos, nuestras madres y padres tienen el pase asegurado. Lo tuvo Vicente en su sacerdocio, desde luego. Y salvo que los baremos sean muy exigentes, lo tendremos también nosotros. Una preocupación menos para quienes creemos en esa cosa increíble de la vida eterna. Y Don Julio, aún tuvo otro gesto hermoso en la despedida de Elisa, una vez depositado su cadáver en el panteón y cumplido ese trámite pesado del sellado del nicho, él, a capela y a solas, le cantó un canto indígena que resultó emocionante. No entendimos nada de la letra, pero ya se veía que aquellos sonidos extraños estaban saturados de emoción, de respeto, de comunión con la naturaleza y con lo sobrenatural.

En fin, ya vamos finalizando este aciago mes. Tampoco hay que ponerse dramático. Estas mismas cosas podrían haber sucedido en cualquier otro mes, pero es mala suerte que sea justamente en el mes de vacaciones, en el mes del sol y de las fiestas cuando lleguen así, en bloque. En noviembre o en diciembre estaríamos más preparados, pienso yo. Pero, al final, quizás sea que ellos y ellas esperan a morirse a que todos podamos acudir, a que estemos juntos; procuran que no tengamos que alterar en exceso nuestras rutinas y trabajos, los colegios de los niños, todas esas cosas que nos ocupan en la vida ordinaria. Es su último gesto de cariño.

 

sábado, agosto 03, 2024

INSIDE OUT 2

 


Teniendo en cuenta lo mucho que me gustó la primera película, me apetecía volver a disfrutar de ese mundo complejo de las emociones en versión Pixar. Mis nietos (7 y 9 años) la traían como uno de mis deberes para el inicio del veraneo “ir con el abuelo a ver Dentro-Fuera 2”, pero no pude acompañarles porque andaba en otras tareas. Fueron con su abuela y me pareció que les había gustado, al menos habían sido capaces de identificar cuál de aquellas emociones les afectaba más.

Del revés 2, es una película norteamericana, de clara factura Pixar, que continúa la historia de aquella niña Riley cuyas emociones se convertían en personajes que movían su vida y su comportamiento desde una especie de cuadro de control. La historia continúa ahora con una estructura bastante similar, solo que ella, la protagonista, ha crecido hasta llegar a su etapa de adolescente y, por tanto, el elenco de emociones se ha multiplicado y se ha radicalizado.

Como se mantiene la coreografía y el atrezzo del primer film, esta nueva película pierde en originalidad visual. Todo lo que nos sorprendió en la primera deja de hacerlo en esta y aquel “¡oh!” permanente se sustituye por una sensación de “¡déjà vu!”. Como en la sala del cine había bastantes niños entendí que la película perdía en sorpresa, pero ganaba en continuidad porque permitía a los pequeños poder conectar esta historia con la que ya conocían de la versión anterior.

Por supuesto, la parte técnica del film es fantástica: el color, las imágenes, los personajes, los diálogos… Un poco exagerado todo, como si se tratara de un producto de realidad aumentada, pero combinando bien las imágenes de objetos enormes con otros más minúsculos y comprensibles. Con todo, la desmesura de componentes tales como las neuronas, las sensaciones, las reacciones, etc. ayudan poco a situarlas en el contexto del cuerpo y la experiencia de una chica aún pequeña.


 Así que la valoro más como juego visual que como aproximación a la vida real de una chica adolescente. Tengo mis dudas del valor educativo del film que tanto ponderan muchas de las personas que la comentan. Ese mensaje de que nuestras emociones están gestionadas desde fuera de nosotros mismos y que, por tanto, lo que nos pasa no depende de nosotros sino de otros agentes externos, no me parece adecuado. De hecho, ése es uno de los problemas que afectan a los adolescentes (y muchos adultos), que sitúan el “lucus of control” de sus comportamientos fuera de sí mismo. Lo que hacen y la forma en que se sienten no dependen de ellos, no pueden controlarlo y, por tanto, no es algo de lo que deban preocuparse por mejorar.

Con todo, es obvio que uno no va al cine para que le den una clase de psicología, sino a divertirse. A quien cumpla ese rito, la película le gustará en lo técnico y le dejará un poco más frío en el relato en sí y en el desarrollo de la historia, bastante predecible. Creo que eran más genuinas y creativas las emociones infantiles que las de la adolescencia, aunque en esto, la película se aproxima bastante a la realidad. El batiburrillo y caos emocional que el guion desea reflejar es una plausible cartografía de lo que la adolescencia supone. Sin embargo, el hiper-protagonismo que se atribuye a la ansiedad tampoco debería ser tan marcado. Y, desde luego, le falta al film toda la revolución que el mundo de las tecnologías digitales ha incorporado a la vida adolescente.

En fin, me gustó más la primera película por la historia y la originalidad, pero ambas me han parecido igual de valiosas en el apartado técnico y de efectos especiales: te meten de veras en ese mundo onírico de neuronas y avatares emocionales organizando tu mundo personal. La fotografía y el ritmo, así como los recursos gráficos de diseño de ambientes y personajes son excelentes. Y, en definitiva, es una película que no se puede dejar de ver. Y si es con hijos o nietas en edad de entenderla, seguro que se disfruta muchísimo.