No parece exagerado ni oportunista tildar de infernal a este verano del 2025. Para las personas que han debido sufrir no solo las temperaturas desmesuradas como sus efectos en forma de fuego y ruina, la experiencia ha tenido que ser literalmente infernal. Ya angustiaban las imágenes que llegaban a través de la televisión y la prensa, así que no cuesta imaginar cómo sería estar allí frente a las llamas, intentando luchar contra el miedo y la ruina. Y así un día tras otro, con protagonistas diferentes, pero con el mismo drama. Y van dos semanas de sufrimiento.
Y Galicia de nuevo en el ring de la desgracia. Ya nos había pasado hace años en la zona de Pontevedra. Yo mismo me encontré en plena autopista rodeado de fuego por ambos lados y teniendo que huir a contradirección para evitar el desastre. Y con los niños en el coche, lo que añade un plus de angustia insoportable. Algo de eso deben estar sintiendo, también, las personas a cuyas casas se aproxima el fuego incontrolable. ¡Pobres!
La cosa es que como todo esto se alarga en el tiempo, te permite pensar y analizar la situación y lo que la rodea. Por ejemplo, el cansancio que provoca la monotemática información que escuchas a todas horas y sea cual sea el medio al que acudes. Te sientes culpable y mala persona por dejar de atender las desgracias que reiteradamente te comunican, pero es que necesitas salir de esa realidad tan pesada para respirar tu mismo: el humo de la sobreinformación acaba siendo igualmente nefasta para la salud y el ánimo de todos. Por ejemplo, el malestar que produce ver a los periodistas hurgando en la herida de quienes están desesperados y forzándoles, pregunta a pregunta, a que muestren su sensación de impotencia y acusen a las autoridades de desatención. En esa situación de angustia y miedo sobrevenido todos quisiéramos tener todos los medios del mundo para protegernos y nuestra angustia es fácil convertirla en acusaciones y reclamos. Por ejemplo, la maldad de quienes voluntariamente prenden fuego sin pensar en las desgracias que eso va a provocar…
Pero hay dos ideas que se han ido configurando con nitidez en mi cabeza a lo largo de estos días. La primera tiene que ver con la naturaleza como un sistema global. Eso que solemos expresar con el prefijo pan, significando “todo” y “completo” (panhispánico, pancreator, panoceánico). La naturaleza es un todo, difícilmente subdivisible en partes. Al ver moverse el fuego e ir saltando los obstáculos naturales (ríos, valles, espacios no arbóreos) o artificiales (carreteras, cortafuegos) pensé que de poco hubiera valido el que entre medias hubiera algún bosque o finca bien cuidada. Ese oasis de cuidados y bienestar se hubiera quemado igual porque el fuego funciona como un todo, o está todo bien o está todo mal. Es una idea que está muy bien recogida en la cultura indígena iberoamericana con la visión global de la naturaleza como un todo (la Pachamama) y la visión sistémica del “buen vivir” (no se trata de que viva bien yo, o vivamos bien los humanos, todo tiene que estar en armonía para que eso sea posible). No existe la felicidad individual o sectorial: para que las partes estén bien, todo debe estar bien. Es el equilibrio lo que posibilita el bien vivir. El “vivir bien” de las personas, en el que los occidentales ponemos el énfasis, resulta inviable si no se combina con el bien de la naturaleza, de los animales, del conjunto del sistema con el que convivimos.
Y la otra idea tiene que ver con la disfunción perversa que el capitalismo crudo supone para la calidad de vida de las personas. Pensar que hay gente (o empresas) que aprovecha las desgracias ajenas para sacar partido económico, me parece increíble e insoportable. Es inconcebible que se suba el precio de las cosas y los servicios aprovechando que la gente sometida a una desgracia los necesita más. Que los miles de personas que no han podido viajar en tren por los incendios y precisen un medio alternativo para llegar a sus casas vean que los precios de los pasajes aéreos se multiplican por 6, que los coches de alquiler se encarecen de la noche a la mañana, etc. es imperdonable, de una insensibilidad rayana en el delito. Yo al menos no lo puedo entender.